domingo, 5 de abril de 2020

La volatilidad ideológica en tiempos de incertidumbre


El esparcimiento del Covid-19 a escala global, ha desatado una ola de incertidumbre en todos los órdenes de la vida; transversal a todos los países, independientemente del grado de desarrollo, pero con una subestimación de la enfermedad mayor, en aquellos con estándares de vida más altos.

Esta subestimación inicial en los países ricos puso en jaque las creencias hegemónicas a medida que el número de infectados por Coronavirus ascendía estrepitosamente. El descalabro económico y las caídas en las bolsas de Europa y Estados Unidos, obligó a lo líderes a implementar medidas de contingencia para mitigar el riesgo. En contradicción con lo vociferado inicialmente al momento de los primeros casos.

Según Nietzsche, “a veces la gente no quiere escuchar la verdad porque no quieren que sus ilusiones se vean destruidas”, eso fue justamente lo que pasó en aquellos países en los que la pandemia avanzó y se tomaron medidas de manera tardía. En Argentina, dónde el gobierno respondió de manera temprana: ordenando la cuarentena obligatoria, el distanciamiento social, la suspensión de las clases, otro bono para jubilados, un ingreso familiar de emergencia, créditos para sueldos de Pymes, más financiamiento para Salud, etc. Ocurrió que muchos que no habían votado a Alberto, admitieron contundentemente su apoyo.

A veces la gente no quiere escuchar la verdad porque no quieren que sus ilusiones se vean destruidas”, pero otras veces la gente, por no querer ilusionarse, prefiere construirse una verdad paralela que dista de la realidad.

domingo, 1 de marzo de 2020

No puede haber ley de góndolas, sin reparto equitativo del suelo.

—O al menos no en su totalidad—

Uno de los puntos centrales de la norma establece que las cadenas deberán garantizar un 25% de la góndola para la exhibición de productos de micro y pequeñas empresas nacionales y un 5% adicional para productos originados por la agricultura familiar, campesina e indígena y los sectores de la economía popular. Pero no hay distribución equitativa de la góndola, sin previa distribución equitativa de las tierras para producir alimentos.

Sobre la base del último Censo Nacional Agropecuario, se puede establecer que, el total del territorio dedicado a la producción agropecuaria: 157.423.932 hectáreas, está repartido en 228.375 explotaciones agropecuarias de mayor o menor cuantía. El 55% de esas explotaciones agropecuarias, poco más de la mitad, van de las 5 hasta las 100 hectáreas, y suman un total de 3.542.410,8 hectáreas, es decir el 2,25% del suelo dedicado a la producción. En limpio, el 55% de las explotaciones agropecuarias controla apenas el 2,25% de la superficie productiva nacional. 

En contrapartida, el 1,08% de las explotaciones agropecuarias de mayor tamaño controla territorios que van desde las 10.000 a las 20.000 hectáreas y más, por un total de 57.364.444 hectáreas, el 36% del suelo productivo.

Con estos niveles ínfimos de recursos en manos de pequeños y medianos productores, es poco probable que se llegue al volumen de abastecimiento necesario para disputar algún tipo de espacio en las góndolas. Mucha de esa producción es de subsistencia o dedicada a comercios de proximidad. Los costos logísticos son un escoyo extra a la hora de comercializar esos productos a nivel país, sin mencionar poder de negociación desigual con los grandes supermercados.

El abordaje de la ley de góndolas debe ser, como en cualquier política pública, un abordaje integral. Estableciendo regímenes de promoción para PyMes rurales, cooperativas y comunidades indígenas productoras de alimentos. Un esquema de reintegros estatales que se haga cargo del costo logístico favorecería ampliamente el abastecimiento de los bienes producidos. Pero sin dudas, ex ante, es necesario abarcar la concentración territorial.

En 1964, el estatuto de la tierra de Brasil estableció la función social de la tierra y abrió paso a la reforma agraria garantizada por una reforma constitucional en 1988. Mediante la cual se implementó un régimen de expropiación para redistribuir las tierras destinadas a la producción entre trabajadores y familias previamente catastradas, según criterios de necesidad. A partir de los años 90 se tuvo lugar la primera gran distribución de tierras a través del ICRA y luego en los 2000:

Lógicamente pudo ser posible gracias a la voluntad política de un gobierno —de los trabajadores— que no especuló con las necesidades sociales y tampoco cedió ante los intereses de los grandes terratenientes, las presiones de grupos concentrados de poder, o a la hegemonía agraria internacional. Es cierto también, que se trataba de una demanda histórica de las bases. Lo que otorgó la legitimidad y el consenso necesario para su implementación. 

En argentina, esa pata está ausente o no tiene la misma fuerza que tuvo en el Brasil. Las campañas de exterminio indígena despoblaron y desmedraron el poder de presión que pudiese tener hoy día dicho sector social. Y el resultado es una voz silenciosa que no logra hacerse oír entre las inmensas distancias territoriales que impone la oligarquía terrateniente argentina. Quizá también sea hora de que el estado tome la posta y haga audible un reclamo sectorial indispensable para el bien público en general.

martes, 25 de febrero de 2020

Crecimiento tirado por la oferta en el contexto de Ley de Solidaridad Social y Reactivación Productiva en el Marco de la Emergencia Pública.

Crecimiento liderado por la oferta, dominancia fiscal, teoría cuantitativa y justicia social: pautas del programa económico del gobierno.



Una vez resuelto lo urgente: el hambre y la deuda, el programa económico del gobierno se perfila como volver a elevar el nivel de bienes y servicios existentes en la economía para poder crecer. La teoría cuantitativa del dinero podría pensarse como la máxima del gobierno de Alberto Fernández. Es decir que, la emisión para la producción está garantizada; la emisión para los salarios se garantizará con el aumento de la producción. Todo atado a una férrea política de dominancia fiscal para controlar la tasa de inflación.

No es otra cosa que una teoría de crecimiento desde la oferta. La diferencia recala en que dicha responsabilidad fiscal, no resulta incompatible con el financiamiento de cuestiones urgentes. Eso se ve claramente con el desdoblamiento cambiario vía impuesto del 30% a la adquisición de divisas sin fin productivo para financiar parte del programa de Argentina contra el hambre. Incluso la política monetaria, de neto corto heterodoxo, se manifestó desde un comienzo al reducir la tasa de referencia desde el 63% al 40%, compatible con el elevado ratio deuda/PBI; para hacerlo sostenible y compatible a su vez, con el crecimiento económico. Un programa económico basado en la equidad primero y en la eficiencia después.

La destrucción del entramado productivo mediante una inédita redistribución regresiva suscitada en los últimos 4 años, provocó una caída de la actividad económica que imposibilita implementar una distribución progresiva de ingresos con el otrora fomento de la demanda agregada.

En los años del gobierno de Macri, Argentina no sólo no creó riqueza, sino que la destruyó. A la vez que el ahorro excedente dedicado a la inversión productiva se dolarizó y salió del sistema. En el último año de su gestión, el Producto Interno Bruto cayó -2,1%. Y considerando el acumulado para todo el período, la economía heredada por el actual gobierno es -3,9%  menor a la del 2015. La formación bruta de capital fijo al tercer trimestre de 2019 fue -15,5% menor a la del mismo trimestre de 2015 y la fuga de capitales totalizó en  US$ 88.371 entre 2016-2019.

Recomprar los dólares que circulan en los colchones, es vital para afrontar intereses y pagos de capital, para que la deuda se vaya como llegó y fundamentalmente para importar los insumos esenciales de la industria. A riesgo de sonar ortodoxo, eso sólo se consigue generando confianza para invertir, con una moneda sólida y con la responsabilidad fiscal que impone la crisis de la deuda. La economía nacional no tiene un problema de ahorro sino un problema de confianza en su moneda, canalizar ese ahorro que ya fue generado y traducirlo en inversión, es necesario para reactivar el Producto.

La seriedad política de “el gobierno de los gestos” de Alberto, no es menor para poner en marcha la economía. Aquí podrían entrar el fin de la grieta, el multilateralismo internacional y la ética de la solidaridad. Es una restructuración holística, no solo una restructuración de deuda. Y ese nuevo rumbo es un contrato social cada vez más cierto.


domingo, 23 de febrero de 2020

No puede haber pacto social sin reforma previa


Según Rousseau, las sociedades encuentran su forma de convivencia pacífica al ceder parte de la libertad individual en pos del bien común. El contrato social viene a resolver el problema que se genera en la falta de obligación colectiva para la preservación individual. En las sociedades modernas los ciudadanos son los sujetos obligados a obedecer a esta construcción llamada Estado que impone el derecho legítimo de obediencia sobre la base de la voluntad general.

Cuando Russeau escribió su Contrato Social en la segunda mitad del 1700 el capitalismo no había permeado tan fuertemente en todos los órdenes de la vida, como sí lo hace hoy en día. La desigualdad económica que impera en el mundo moderno ha conducido a desigualdad decisoria en las cuestiones políticas, de ahí que las leyes (escritas o implícitas producto de la estructura de mercado) son elaboradas no desde el poder político que otrora se encargaba de dirigir el estado sino desde el ceno del hipercapitalismo desigualador.

No hay ya la posibilidad para los ciudadanos, de tener representación colectiva cediendo parte de las libertades individuales. La convivencia se encuentra dirigida desde un poder fáctico exnominado bajo los designios de la economía global. Dejaron de funcionar los mecanismos de organización social que funcionaban cuando estos mecanismos fueron teorizados, porque las sociedades dejaron de organizarse bajo esos esquemas.

Hoy es más fácil modificar colectivamente los deseos colectivos con las redes sociales, básicamente porque la capacidad de influir sobre todos los ciudadanos a la vez y de manera instantánea no existía hace 10 años y mucho menos hace 300.

Alberto Fernández asumió el 10 de diciembre de 2019 con un nivel de desorganización Estatal sideral. El gobierno de Mauricio Macri esbozó la forma política del capitalismo desigualador y por ende las cuestiones Estatales resultaban antagónicas para la implementación de su proyecto social.

Dentro del acuerdo social, cada asociado abandona la libertad que le proporciona su estado de naturaleza primitivo, por el estado civil. Ello implica que el instinto que conduce a cada individuo es reemplazado por la moral que dirige a la mayoría. Lo que el hombre pierde por el contrato social, según Rousseau, es su libertad natural y un derecho ilimitado a todo lo que intenta y puede alcanzar; lo que gana es la libertad civil y el derecho de todo lo que posee.

Sin embargo, los estados modernos hace tiempo que dejaron de ser propiedad de sus ciudadanos. Las empresas han cooptado legal o ilegalmente a los representantes políticos y las legislaciones ya no son fieles a los pueblos.

Para recuperar en parte el nivel de representación que alguna vez supo ser parte de los inicios civiles, es imperioso reformar las estructuras económicas para que no permeen en el orden social. Hoy día es más probable que un monopolio económico monopolice también lo que concierne al Estado, sólo la voluntad política puede contrarrestarlos. La estatización del pulpo Vicentín puede ser el puntapié inicial para distribuir equitativamente el fruto económico del suelo argentino para que todas y todos tengan la posibilidad de desarrollarse en una economía que los represente.

sábado, 1 de febrero de 2020

Parar la caída. Frenar la inercia


La histéresis es por definición la tendencia de un material a conservar una de sus propiedades, en ausencia del estímulo que la ha generado. Aplicado a la economía se lo asocia a la dinámica que provoca el fenómeno inflacionario, en el que las políticas tendientes a revertirla resultan estériles y el avance de los precios frente a los salarios se torna inevitable.

La aplicación del modelo económico recesivo entre 2015-2019 no cumplió con el objetivo de bajar la inflación, preconizado desde el gobierno como simple juego de niños. Quizá una de las pocas cosas en las que el discurso oficial no se disociaba de la ideología era en la evaluación monetarista del fenómeno inflacionario. El gobierno de Mauricio Macri estaba convencido de que esquilmando el poder adquisitivo con la dolarización de los bienes y servicios regulados primero y devaluaciones que se trasladaran a precios después, la inflación bajaría asintóticamente para el final de su mandato.

La evidencia muestra que eso no solo no ocurrió, sino que el problema se agravó. La inflación del último año de Mari fue del 53,8% la más alta en 28 años y el acumulado para todo su mandato fue del 300%. Muy por encima del acumulado en la última administración de CFK 2011-2015 cuando la inflación fue 170% (IPC Congreso).

Como un perro que se muerde la cola; en el análisis neoliberal estuvo ausente (siendo generoso) la incompatibilidad de una economía que consume el 75% de lo que produce, cuya producción se basa mayoritariamente en bienes alimenticios y bienes alimenticios que, a su vez, son producidos y comercializados por un puñado de firmas.

El mal sofisma nos invita a hacer historia contrafáctica e indagar en cómo pudo haber funcionado el modelo recesivo, cuánto tiempo necesitaba para dar sus brotes verdes o cuál fue la variable exógena que nos jugó una mala pasada. Lo cierto es que sería entrar en un sendero inconducente alejado de la crisis auto infringida que atraviesa el país.

Con la economía interna indexada, resultaba indispensable revitalizar los controles económicos abandonados por la liberalización esquizoide, ya que es la única forma en la cuál se puede frenar el proceso de histéresis desatado por la gerencia Macrista. El primer paso lo dio el mismísimo Macri, que se ufanaba de quitar el Cepo K de US$ 2000 por mes de 2015, imponiendo uno mucho mayor de US$ 200 por mes para poder llegar al 10 de diciembre (lo que marca de alguna manera cual era el estado de situación al momento de la decisión). En la misma línea, el gobierno de Fernández estableció un 30% adicional a la adquisición de divisas improductivas para que la sangría, especialmente fuerte por la demanda de turistas, no terminara de vaciar las reservas.

Se congelaron tarifas y reestablecieron los derechos de exportación como porcentaje, eliminando los $4 por dólar licuados por la devaluación, para desacoplar los precios internos de los internacionales. Y que los bienes que se transan en el mercado interno no tengan como referencia precios extranjeros.
La caída se detuvo parcialmente con la reactivación del consumo interno. Los 2 bonos de $5000 a jubilados, $2000 a beneficiarios de AUH, aumentos de suma fija por $4000 a trabajadores del sector privado[1], la estabilidad macroeconómica y la confianza habitual cuando hay un cambio de gobierno, son el puntapié inicial para revertir el ciclo. En este respecto se puede apreciar el aumento del turismo interno, en la primera quincena de enero 2020 ingresaron 642.128 turistas a Mar del Plata según el Ente Municipal de Turismo[2], un 6,8% más que el año pasado para el mismo período, cuando la cantidad de turistas fue de 620.000.

Lo cierto es que, para frenar la histéresis, resulta indispensable la intervención. La recuperación de una canasta de consumo representativa con el 40% de primeras marcas en Precios cuidados[3], es vital para oficiar de referencia y contrarrestar la actual dispersión de precios. Será necesario apresurar segmentaciones para pequeños productores y un esquema de compensaciones que fomente la inversión. Quizá sea una medida muy acertada avanzar en el campo del comercio de alimentos y granos con la estatización de Vicentín; tener injerencia directa sobre el control del principal activo del país, sería un paso revolucionario en el desarrollo nacional. Pese a no ser una campaña sencilla, si existe la voluntad política cierta de poner fin al flagelo inflacionario, tener participación sobre lo que se produce y se comercializa, debería encabezar la lista de prioridades del nuevo gobierno.

La histéresis se resuelve mediante tensiones decrecientes, lo que se podría traducir económicamente como shocks que reviertan la tendencia inicial. O cambiando las propiedades del material, haciéndolo más blando para acortar el fenómeno, esto es, resolver una concentración que se ha vuelto más acuciante con la pérdida de 20.000 Pymes durante el Macrismo. El tiempo que lleva el proceso de desaceleración inflacionaria es algo que escapa a las políticas públicas y que depende pura y exclusivamente de la estructura económica. Será cuestión de modificar de una vez por todas la variable estructural para que el ciclo no se reproduzca en ausencia del estímulo inicial. Las tensiones no las resuelve el mercado, mejor dicho, no las resuelve en favor de la mayoría, sólo el Estado es el que tiene dicha capacidad.

viernes, 31 de enero de 2020

La utilización de las Políticas de Inclusión como Políticas de Contención Social durante el Macrismo



Si en algo se caracterizó el ‘nuevo’ neoliberalismo que gobernó Argentina entre 2015-2019 es en sus similitudes económicas con el viejo neoliberalismo; el que tomo el poder en 1976 y el que ganó democráticamente luego de un golpe de mercado en 1989.

El uso difundido de prácticas de la vieja política fue norma durante la gestión de Mauricio Macri: control del aparato judicial con persecución a opositores, dominio de los medios de comunicación encargados de campañas de prensa y Noticias Falsas, y cooptación de representaciones gremiales con represión obrera en caso de protesta.

Una vez abandonados los controles económicos oficiales, se dio paso a la desregulación para que los grupos empresarios amigos hicieran sus negocios como es usual bajo este régimen; Con Estado asegurando las divisas para que estas empresas pudieran dolarizar su excedente, con el Estado aumentando las tarifas de servicios públicos regulados pero concesionados, con el Estado reprimiendo salarios y manifestaciones, y a costa del Estado mediante licitaciones millonarias para el cartel de la obra pública.

La novedad del reciente experimento neoliberal radicó en la tergiversación de los derechos conquistados por la mayoría durante la posconvertibilidad: se cambió la lógica de las Políticas de Inclusión por Políticas de Contención. De esta manera se hizo un uso discrecional y clientelista de las herramientas estatales para incorporar a la ciudadanía en el sistema, con el eje en la pauperización de las políticas públicas.

Por un lado, se abandonaron programas como “Conectar Igualdad”, “Qunita” y “Argentina Sonríe”; mientras que otros fueron reemplazados, en el mejor de los casos, por versiones low cost: Plan Remediar por la “Cobertura Universal de Salud” (CUS), Argentina Trabaja y Ellas Hacen por el “Hacemos Futuro” (sin perspectiva de género) y el Plan de Inclusión Jubilatoria por las “PUAM”, que representaban un 80% del haber mínimo. Se fue liberando paulatinamente, el espacio que ocupaba el Estado para que se hiciera cargo el mercado, gestionando las necesidades sociales desde una lógica economicista.

Por otro lado, las herramientas de inclusión que no fueron eliminadas derivaron en meros instrumentos de contención:

·         La AUH se convirtió en la principal variable para evitar un estallido de los sectores populares, sin embargo, el rezago frente al proceso inflacionario, sumado a la falta de oportunidades laborales hizo menos probable el ascenso social[1][2]. Más grave aún, la principal política que alguna vez pretendió llevar algo de alivio a sus beneficiarios y beneficiarias, gradualmente fue perdiendo la capacidad de cubrir necesidades nutricionales básicas. Y al final del gobierno de Macri apenas el 10% de los pibes cubría plenamente la Canasta Básica Alimentaria:



Porcentaje de cobertura de la Canasta Básica Alimentaria con AUH proyectado a diciembre 2019

Fuente: CEPA en base a INDEC y ANSES

·         El programa de becas PROGRESAR, que servía para incorporar a la educación formal al grupo etario de 18 a 24 años, subvirtió su esencia inclusiva al establecer un corte preselectivo con carreras prioritarias y premio al mérito académico[3]. Sólo se convirtió en un estipendio pecuniario desactualizado respecto de la inflación, aislado de la línea de AUH y del que muchos quedaron fuera por sus nuevos requisitos.

Cantidad de jóvenes en el Plan Progresar. Período 2014 – 2019 (casos liquidados en promedio)


Poder adquisitivo de la transferencia de la Beca Progresar entre 2015 y 2019 por niveles.
Base Promedio 2015 = $100

Fuente: CEPA en base a ANSES, IPC CABA, IPC INDEC y REM BCRA

·         El programa Precios Cuidados, un acuerdo de precios de referencia con productos de primeras marcas, fue reemplazado por una canasta para pobres con segundas y terceras marcas[4]. Si bien el objetivo original del programa era desactivar la inercia inflacionaria, en última instancia servía para incluir en el consumo a los sectores más vulnerables, ya que, es ahí, donde la inflación tiene mayor impacto, por destinar gran parte de sus ingresos en alimentos.
Cantidad de primeras marcas por acuerdo


Ni siquiera fue una derecha que tendiera a la tan mentada eficiencia. La aporofobia se combinó con el odio por la equidad social y lejos de resolver el problema de la pobreza, lo profundizaron. El otorgamiento de créditos a tasa usuraria por medio de la ANSES, pareció intentar sumir a los sectores excluidos en una trampa de pobreza vitalicia, perversa y garantizada por el mismo Estado que otrora, los supo incluir socialmente, pero que ahora los incluía en la miseria.

En esta dirección se orientaron las primeras medidas del gobierno de Alberto Fernández. Se establecieron 2 aumentos de suma fija para las jubilaciones mínimas de $5000, equivalentes al 35% del haber y un pago de $2000 para beneficiarios de AUH.  Y además se redujeron las tasas de interés para los que habían tomado créditos[5]: del 42 al 31,5% para jubilados y del 48 al 36% para AUH, buscando reducir el impacto del desdoroso endeudamiento. A su vez, se retrotrajeron los precios de los medicamentos un 8%, se congelaron las cuotas de los créditos UVA y se congelaron las tarifas de servicios públicos por 6 meses, lo que beneficia a la población en su conjunto.

Con todo, se vuelve a poner el acento en los más postergados garantizando un piso de igualdad para que el crecimiento económico futuro no implique una polarización mayor en los ingresos entre los que más y menos tienen. Es un punto de arranque y la voluntad manifiesta de recuperar la esencia de las políticas inclusivas que fueron desvirtuadas durante los últimos 4 años.


miércoles, 1 de enero de 2020

Cristina en la realidad efectiva del trasvasamiento del poder



Muchas veces enunciado pero pocas veces materializado, el trasvasamiento generacional del que hablaba el general, permanece como quimera incólume en la política argentina. Mucho más el trasvasamiento de poder, eso sucedió una sola vez en toda la historia y por un hecho fortuito y singular: entre Cámpora y Perón volviendo del exilio.

El macrismo logró probar el fracaso (para el pueblo) del modelo neoliberal. Aunque aplicado en el 76 y en los 90, dichos procesos neoliberales tuvieron una característica particular en su implementación. Fueron puestos en marcha gracias a discontinuidades anómicas del sistema democrático, mediante doctrinas de shock que aglutinaron el consenso social y facilitaron su aplicación. En el caso de la dictadura: el rodrigazo del 75. Y en el caso del menemismo: la hiperinflación del 89/90. En 2015, la elección de un gobierno diametralmente opuesto al de Néstor y Cristina Kirchner en una continuidad democrática pacífica permitió escrutar de manera clara y sencilla, los distintos modelos de país estableciendo parangones irrefutables entre sí.

El gobierno plenipotenciario de Mauricio Macri emerge sobre la base de una horadación mediática sistemática durante las 3 gestiones anteriores, con un recrudecimiento exponencial que se manifestó en los últimos años de CFK. Ningún gobierno democrático tuvo tanto poder para ejercer las reformas que ejerció y lo perdió en tan corto plazo. La combinación entre la impunidad del dinero de la clase que tomó el gobierno y los grupos hegemónicos de poder estructural, que se encargaron incondicionalmente de otorgar legitimidad de ejercicio, fueron decisivos para el fracaso electoral de 2019.

La lectura política de Cristina Fernández sobre el estado de situación se vuelve más épica con el paso del tiempo. Supo interpretar como ningún otro dirigente el sentir popular, pero con los votos necesarios para trasvasar su Poder.

Lejos de perder protagonismo con esta acción, logró la aprobación de sectores enceguecidos de odio que no soportaban la soberbia en sus formas y criticaban su falta de humildad. Sin entender quizá, que, en medio de una guerra mediática y judicial, el poder sólo se conserva en la trinchera. Y encima haciendo duelo por los que se fueron.

Hoy con Alberto Fernández como presidente, resulta fácil mensurar el éxito del trasvasamiento de Poder del 16 de mayo de 2019, sin embargo, la historia estaría incompleta sin mencionar el fracaso del trasvasamiento de 2015. La insuficiencia de la fórmula Scioli - Zannini no logró imponerse en la segunda vuelta electoral y abrió paso a la gestión Macri - Michetti. Y si bien no hubo poder delegado, tampoco alcanzó la fórmula Cristina - Taiana para imponerse a la de Esteban Bullrich y Gladys Gonzáles, ambos electos como senadores.

La victoria electoral del 2019 no emerge como un cisne negro en la arena política argentina. Es el corolario de una construcción política permanente que no estuvo exenta de fracasos y derrotas. Es en consecuencia, la perfección sobre la marcha, la purificación evolutiva del quehacer político y el aprendizaje que da la lectura de los tiempos y el accionar pragmático.