miércoles, 1 de enero de 2020

Cristina en la realidad efectiva del trasvasamiento del poder



Muchas veces enunciado pero pocas veces materializado, el trasvasamiento generacional del que hablaba el general, permanece como quimera incólume en la política argentina. Mucho más el trasvasamiento de poder, eso sucedió una sola vez en toda la historia y por un hecho fortuito y singular: entre Cámpora y Perón volviendo del exilio.

El macrismo logró probar el fracaso (para el pueblo) del modelo neoliberal. Aunque aplicado en el 76 y en los 90, dichos procesos neoliberales tuvieron una característica particular en su implementación. Fueron puestos en marcha gracias a discontinuidades anómicas del sistema democrático, mediante doctrinas de shock que aglutinaron el consenso social y facilitaron su aplicación. En el caso de la dictadura: el rodrigazo del 75. Y en el caso del menemismo: la hiperinflación del 89/90. En 2015, la elección de un gobierno diametralmente opuesto al de Néstor y Cristina Kirchner en una continuidad democrática pacífica permitió escrutar de manera clara y sencilla, los distintos modelos de país estableciendo parangones irrefutables entre sí.

El gobierno plenipotenciario de Mauricio Macri emerge sobre la base de una horadación mediática sistemática durante las 3 gestiones anteriores, con un recrudecimiento exponencial que se manifestó en los últimos años de CFK. Ningún gobierno democrático tuvo tanto poder para ejercer las reformas que ejerció y lo perdió en tan corto plazo. La combinación entre la impunidad del dinero de la clase que tomó el gobierno y los grupos hegemónicos de poder estructural, que se encargaron incondicionalmente de otorgar legitimidad de ejercicio, fueron decisivos para el fracaso electoral de 2019.

La lectura política de Cristina Fernández sobre el estado de situación se vuelve más épica con el paso del tiempo. Supo interpretar como ningún otro dirigente el sentir popular, pero con los votos necesarios para trasvasar su Poder.

Lejos de perder protagonismo con esta acción, logró la aprobación de sectores enceguecidos de odio que no soportaban la soberbia en sus formas y criticaban su falta de humildad. Sin entender quizá, que, en medio de una guerra mediática y judicial, el poder sólo se conserva en la trinchera. Y encima haciendo duelo por los que se fueron.

Hoy con Alberto Fernández como presidente, resulta fácil mensurar el éxito del trasvasamiento de Poder del 16 de mayo de 2019, sin embargo, la historia estaría incompleta sin mencionar el fracaso del trasvasamiento de 2015. La insuficiencia de la fórmula Scioli - Zannini no logró imponerse en la segunda vuelta electoral y abrió paso a la gestión Macri - Michetti. Y si bien no hubo poder delegado, tampoco alcanzó la fórmula Cristina - Taiana para imponerse a la de Esteban Bullrich y Gladys Gonzáles, ambos electos como senadores.

La victoria electoral del 2019 no emerge como un cisne negro en la arena política argentina. Es el corolario de una construcción política permanente que no estuvo exenta de fracasos y derrotas. Es en consecuencia, la perfección sobre la marcha, la purificación evolutiva del quehacer político y el aprendizaje que da la lectura de los tiempos y el accionar pragmático.

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