“El primer presidente de
Facebook”, le dijo el 21 de Enero de 2015 Sheryl Sandberg, directora operativa de la compañía, al flamante
presidente argentino en una reunión en Davos
Habría que redefinir la
palabra popular para poder comprender más de cerca los nuevos fenómenos
democráticos surgidos en los últimos tiempos, en los que representantes del
sector empresarial llegaron a la presidencia de sus países. Sebastián Piñera en
Chile, Mauricio Macri en Argentina, Donald Trump en Estados Unidos, Emmanuel Macron
en Francia, etc.
En el siglo pasado, en
política, la palabra popular estaba directamente asociada a gobiernos con una
mirada social inclusiva, un eje centrado en la redistribución de los recursos y
soberanos desde el punto de vista de la determinación de sus políticas puertas
adentro.
Popular era algo más que ser
sometido a la voluntad popular, implicaba no solo los objetivos sino la forma
en que serían llevados a cabo, una configuración más holística de lo que la
palabra implica hoy día.
La palabra
"popular" viene del latín popularis y significa "relativo al
pueblo, que le gusta al pueblo". Su interpretación actual parece retornar
a su definición etimológica. Dejando a un lado “lo que le conviene al pueblo”
por “lo que le gusta al pueblo”. El trasfondo no es funcional sino meramente
visual. Facil y vacio como un me gusta en Facebook e Instagram o un favorito en
Twitter.
La
popularidad hoy se mide en publicaciones compartidas o “me gusta” virtuales.
Dichos gobiernos entendieron esto y montaron un mecanismo de propaganda vía
redes sociales altamente penetrante y efectivo. Indistintamente del sector social
de pertenencia, basta tener un dispositivo que se conecte online para ser
inoculado con las directivas comunicacionales.
El grado de
masividad convirtió a las otroras derechas reaccionarias y radicalizadas en fenómenos
populares con amplio grado de aceptación. Supieron renovarse, agiornarse y
reconvertirse gracias a las nuevas tecnologías. Lo que los gobiernos de
izquierda que, estando en funciones, no supieron avizorar o no quisieron hacer.
Se quedaron anclados a un modo comunicacional vetusto y anacrónico, ya sea por
convicción o por omisión.
Al fin y al
cabo, las izquierdas latinoamericanas conservaron sus modos originales de
dirigirse hacia el pueblo perdiendo aquella popularidad original, de gustar y
ser gustado. Pasaron a formar parte de lo establecido, que aburre más que
enamora, encanta o ilusiona. Como reguero de pólvora, el desagrado culminó en
vastos países, con la victoria de aquellos gobiernos liberales que no proponían
una nueva forma de hacer política. No se diferenciaban por contar con un innovador
plan económico. No proponían mejoras en el panorama social. Sino que, supieron
implementar como denominador común, eficientemente, una novedosa estrategia
comunicacional de saber gustar.
El Statu quo venezolano ya es innegable y es un
ejemplo paradigmático de la falta de voluntad o incapacidad de renovación. No
se puede objetar que la campaña del Frente Para la Victoria de 2015 también tuvo
parcialmente, algo de éste rasgo distintivo de la democracia venezolana. Teniendo
en cuenta las elecciones de medio término de 2017 el ganador será quien mejor
sepa interpretar los nuevos gustos de consumo político de los electores y mejor
estructure su estrategia comunicacional.