lunes, 15 de noviembre de 2021

La cantinela de bajar impuestos, otra vez

 Uno de los planteos arquetípicos de la ortodoxia económica y de las derechas neoconservadoras es que la reducción de impuestos se traduce en mayores inversiones y más crecimiento; lejos de la evidencia empírica. La quita de impuestos progresivos genera mayor grado de concentración de la riqueza en pocas manos y espiraliza los niveles de desigualdad.

Los impuestos suelen dividirse en tres grandes categorías: a los ingresos, al consumo y al capital. En el siglo XX surgió una cuarta categoría impositiva: las cotizaciones sociales, una forma particular de gravar los ingresos, destinada a financiar los gastos de la seguridad social. Los impuestos no son un asunto técnico sino eminentemente político y filosófico dice el economista Thomas Piketty.

Los impuestos a los ingresos

A fines de los años 20’ la participación de los ingresos más altos en el ingreso nacional estadounidense había alcanzado su nivel más alto. Hoover había bajado la tasa máxima del impuesto a los ingresos al 25 por ciento, pero luego de la crisis de 1929 hubo un cambio de paradigma en el sistema económico con una marcada tendencia igualadora. Cuando Roosevelt llega al poder a comienzos de 1933, la crisis se había agudizado y un cuarto de la población estaba desocupada. Como parte del financiamiento del segundo new deal se establece la Ley de Ingresos de 1935, dónde se fijaba una tasa máxima del 75 por ciento para aquellos ingresos anuales mayores a 1 millón de dólares. La ley fue conocida mediáticamente como “soak the rich tax” (Sumergir a los ricos) y resistida fuertemente por los sectores privilegiados de la economía. 

La tasa máxima se incrementó al 88 por ciento con la ley de Ingresos de 1942 y al 94 por ciento en 1944. En el período 1932-1980 la tasa superior fue de 81 por ciento en promedio. Sin embargo, a partir de la década del 80’ con la llegada de Reagan y Thatcher, el entusiasmo igualador que había regido por casi medio siglo fue reemplazado con igual enjundia, pero en sentido contrario. Los masivos recortes de impuestos condujeron a una divergencia sin precedentes entre los ingresos más altos y los más bajos y a una menor tasa de crecimiento económico.

En “Las consecuencias económicas de los importantes recortes fiscales para los ricos”, los investigadores de la London School of Economics David Hope y Julian Limberg, midieron el desempeño económico en 18 países ricos de la OCDE desde 1965 a 2015. Concluyeron que no existe correlación entre las reducciones de impuestos, el crecimiento económico y la reducción del desempleo: “las trayectorias del PIB real per cápita y la tasa de desempleo no se ven afectadas por reducciones significativas de los impuestos a los ricos tanto a corto como a medio plazo”. En cambio, estimaron que cada recorte impositivo condujo a un incremento promedio de 0,8 puntos porcentuales en el ingreso del 1 por ciento más rico. 

Bienes personales y ganancias

En 2016 la Ley 27260 de blanqueo de capitales elevó el monto mínimo no imponible para los contribuyentes que declarasen bienes por un total de $800.000, estableciendo una alícuota de 0,75 por ciento para los que patrimonios que superasen ese monto. Para 2017 el monto no alcanzado pasaría a $950.000 con una alícuota de 0,5 por ciento y $1.050.000 a partir del período fiscal 2018, tributando un 0,25 por ciento sobre el total del patrimonio excedente. En 2018 la Ley N° 27480 volvió a modificar el mínimo no imponible, escalas y alícuotas, beneficiando a los sectores con mayor poder adquisitivo: 0,25 por ciento para los patrimonios de hasta $3.000.000, 0,5 por ciento para los mayores a ese nivel y en el nivel superior una alícuota de 0,75 por ciento para aquellos patrimonios que superasen los $18.000.000.

El pacto fiscal de 2017 redujo Ingresos Brutos en 16 actividades económicas (muchas de ellas extractivas) y la reforma tributaria, el impuesto a las ganancias de las sociedades del 35 al 30 por ciento, con una nueva reducción al 25 por ciento prevista para 2020 independientemente de su escala de facturación. Sin embargo, la promesa de campaña de alivio para los trabajadores no se materializó, por el contrario, la proporción alcanzada por ganancias que en 2015 era del 12,2 por ciento, a fines de 2019 había llegado al 23,2 por ciento del total.

Para el segundo trimestre de 2015 el 10 por ciento más rico se apropiaba del 25,9 por ciento del ingreso, cuatro años más tarde esa cifra era de 30,9 por ciento. Por su parte, el índice de Gini que en 2016 había sido 0,428, en 2019 se ubicó en 0,439 con niveles de desigualdad crecientes en la pirámide.

Ninguna de las medidas adoptadas se tradujo en un incremento de las inversiones. En 2015 la formación buta de capital representaba el 19,5 por ciento del PBI; en 2019 había caído al 17,22 por ciento sobre un Producto sensiblemente inferior.

Impuestos al consumo

Tras el fracaso electoral de agosto de 2019, el decreto N° 567 del gobierno de Cambiemos eliminó hasta fin de año el IVA de 13 alimentos de la canasta básica. La medida apuntaba a una reducción en el precio final que pagaban los consumidores finales, un alivio transitorio en el medio de la espiral inflacionaria provocada por la quita de retenciones y el pass throw de las sucesivas devaluaciones.  Al mes siguiente, la mayoría de los artículos relevados por el INDEC no sólo no habían bajado, sino que registraron sendas subas: aceite +5.6 por ciento, arroz +2,1 por ciento, azúcar +2,2 por ciento, conservas +7 por ciento, harina de trigo +6,4 por ciento, huevos +3,5 por ciento, pan +7 por ciento y fideos +3 por ciento. Sólo en leche, yerba y el yogur se registraron bajas, aunque sobre compensadas por los aumentos de octubre: +2,1, +5,8 y +7,9 por ciento respectivamente. Es decir que alguien a lo largo de la cadena de comercialización se apropió del 21 por ciento excedente y no fue precisamente el trabajador al momento de retirar el producto de la góndola.

Seguridad social

El financiamiento del sistema previsional argentino responde a un esquema tripartito, con aportes personales de los trabajadores, contribuciones patronales de los empleadores y recursos impositivos generales y específicos. 

En octubre de 1980, la ley 22.293 de la dictadura de Videla eliminó las contribuciones que debían hacer los empleadores, que en ese momento eran del 15 por ciento. Argentina se encontraba entonces en una situación de pleno empleo (2,6 por ciento) y no había necesidad, en los propios términos de la ortodoxia, de una medida de carácter semejante. Cuando las contribuciones patronales se restablecieron parcialmente en el 7,5 por ciento en 1984, el desempleo se había duplicado, en una marcha ascendente que duró más de 2 décadas.

A principios de la década de los 90’ la tasa de contribución patronal al sistema previsional era del 16 por ciento, entre 1994 y 1996 la tasa promedio efectiva fue de alrededor del 10 por ciento y rondaba el 7 por ciento en el 2000. En este período no solo se agudiza la desocupación sino la precarización, fenómeno singular de estos tiempos: 8 de cada 10 puestos de trabajo creados fueron informales. 

En 2001, el Decreto N° 1387 de Fernando de la Rúa redujo la tasa de aportes personales del 11 al 5 por ciento.  En el gobierno de Duhalde, con una desocupación que rondaba el 20 por ciento, se estableció un esquema para reestablecerlas del 5 al 7 por ciento y al 11 por ciento hacia el 2008, efectivizado durante la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner. En tanto que las contribuciones a cargo de los empleadores se ubicaban en el 16 por ciento de la nómina salarial. El desempleo no aumentó, a contrario sensu, para el año 2015 había descendido al 5,9 por ciento. Prueba una vez más que no son los impuestos, es el modelo.

El impuesto al capital

En un contexto de bajo crecimiento económico mundial, altos salarios en la cúspide de la pirámide que no guardan relación con la productividad y excesiva concentración de la riqueza que es heredada de generación en generación, resulta indispensable dotar de mayor progresividad a los tributos a los ingresos y las sucesiones. Piketty describe a esta fuerza desigualadora como r>g, es decir, que la tasa de rendimiento de la riqueza supera a la de crecimiento económico. El economista francés propone un impuesto progresivo y anual sobre el patrimonio global: “se trata de gravar más las riquezas más grandes y tener en cuenta el conjunto de activos, sean éstos inmobiliarios, financieros o empresariales. 

Cada administración fiscal nacional debería recibir toda la información necesaria para calcular el patrimonio neto de cada uno de sus residentes y enviar a cada contribuyente una declaración prellenada en la que se indicaría el conjunto de activos y pasivos que tiene, tal como los conoce la administración y rectificar en caso de ser necesario. La dificultad para su implementación reside principalmente en la transmisión automática de información bancaria y la cooperación entre países, en virtud de la opacidad que posibilitan los paraísos fiscales.

“La función principal del impuesto sobre el capital no es financiar al Estado social, sino regular el capitalismo” sostiene Piketty. “Se trata, por una parte, de evitar una espiral de desigualdad sin fin y una divergencia sin límite de la desigualdad derivada de la riqueza y, por otra, de permitir una regulación eficaz de las crisis financieras y bancarias”. El objetivo ulterior es preservar la salud del sistema democrático y evitar que sea la plutocracia quién defina el destino de las mayorías. 

La ley N° 27.605 de aporte solidario extraordinario de las grandes fortunas de 2020 fue de vital importancia para dotar de recursos a un Estado derruido por la desfinanciación sistemática. En el informe “El virus de la desigualdad” OXFAM ponderó la adopción del impuesto, señalando que de esta manera Argentina abría el camino para gravar a la riqueza extrema, e instó a los gobiernos para que acuerden reformas a nivel global.

Revertir la matriz tributaria regresiva, con escasa perspectiva de género y carente de visión medioambiental, es el debate que el congreso nacional adeuda para la consolidación de un modelo económico con inclusión social sostenible. No implica simplemente la creación de nuevos tributos, sino de dotar al Estado de las herramientas necesarias para fiscalizar mejor los existentes, procurando una sociedad más justa, equitativa y con mayores oportunidades.

Es precisamente mediante una tributación justa que se puede garantizar la distribución de la riqueza. La cantinela de bajar impuestos va en contra de los intereses de aquellas clases medias y bajas a las que busca seducir, con la promesa de algún día pertenecer a un sector que por antonomasia es minoritario.


miércoles, 1 de septiembre de 2021

Una economía sin política. Y una política sin historia

La instalación del debate sobre el endeudamiento en la gestión de Cambiemos y el interés de los exfuncionarios por negar la historia reciente, pretende el olvido generalizado de las consecuencias de su modelo de exclusión social.

Al 10 de diciembre de 2019, Cambiemos dejó una economía frágil y vulnerable: desregulación financiera, deuda externa, destrucción deliberada del salario y el empleo, tarifas dolarizadas, créditos hipotecarios indexados, alimentos indexados por la quita de derechos de exportación y un mercado interno reducido. El lento proceso de desdolarización, reestructuración de las deudas y estabilización de las variables macroeconómicas no ha culminado, pero es claro que el modelo económico vigente dista del anterior.

Es curioso que, bajo el mantra de reducir el déficit, la tasa de política monetaria hubiese aumentado de 38% en diciembre de 2015 a 63% en el mismo período de 2019, luego de haber tocado un pico de 86% en el ocaso del modelo. Aumentando el déficit financiero (luego del pago de intereses) al 4,3% del PBI y retroalimentando una histéresis inflacionaria difícil de contener.

La argucia contable del déficit primario recalaba en un ajuste fenomenal que destruyó el entramado productivo y condujo al deterioro conocido de las condiciones sociales. Hoy la tasa de política monetaria se encuentra en el 38% del 2015, posibilitando en fondeo para que las empresas locales funcionen, inviertan y se generen las condiciones genuinas para reducir el déficit vía crecimiento económico y mayor recaudación.

Otro caballito de batalla de la gestión anterior es que la deuda contraída fue a pagar deuda heredada. No se explica entonces, cómo fue que aumentó el stock de deuda. Entre diciembre de 2015 y diciembre de 2019 la deuda pública en moneda extranjera de la Administración Central se incrementó en US$ 100.166 millones. En apenas 4 años, Argentina obtuvo el financiamiento equivalente a la fortuna de Warren Buffett en sus 90 años y la dilapidó fugazmente.

La gestión anterior, no sólo emitió la mayor cantidad de deuda en la historia nacional. Lo hizo en moneda extranjera, bajo legislación extranjera, poniendo como garantía recursos naturales y en un plazo tan exiguo que la tornaba insostenible.

No es lo mismo comparar deuda emitida en dólares, euros y francos suizos, con la actual deuda en pesos dividida al valor del tipo de cambio. Al igual que no se puede comparar un período de estabilidad como el 2015-2019 con otro azotado por una pandemia y colapso de la economía global.

Los exfuncionarios vieron la oportunidad que la realidad adversa les ofrecía y decidieron utilizarla en su favor para mejorar su alicaída imagen frente a la sociedad, producto de una gestión anti política al servicio del capital financiero internacional. Es así como, sirviéndose de la falta de contextualización deliberada de los medios afines y la aquiescencia manifiesta en la reproducción de algunas afirmaciones falaces, intentan emprender un resurgimiento que los legitime.

Cuando hay destrucción de capacidades productivas. Cuando el saber hacer de la economía desaparece. Los efectos de una crisis persisten en el tiempo” sintetizó Martín Guzmán en la Comisión Bicameral de la Deuda Externa el pasado 26 de agosto, en referencia de las políticas públicas contra cíclicas que contuvieron un daño mayor en 2020, pero que bien podría aplicarse al desmanejo de la administración previa.

La negación de historia y la política no es, sin duda, un aporte al debate público. Pero quizá más grave resulte la negación del propio proyecto de país, porque explicarlo les resulta impracticable.

miércoles, 26 de mayo de 2021

La inflación de crecimiento

    El quiebre del modelo de valorización financiera del macrismo supone dejar atrás una inflación que transfiere ingresos de los sectores populares a los sectores concentrados, por otra que no impida la recomposición de los ingresos reales.

La inflación es un fenómeno multicausal y no un fenómeno monetario puro. Prueba de ello resulta el último gobierno neoliberal que gobernó argentina entre diciembre de 2015 y diciembre de 2019. La gestión anterior asumió repitiendo el mal sofisma de reducir el déficit recortando el gasto y financiándolo con deuda. El déficit se redujo casi a cero por imposición del Fondo, luego del acuerdo; pero el déficit primario, antes del pago de intereses; el financiero aumentó a la par de los vencimientos de deuda de cortísimo plazo. Para 2019 la base monetaria había aumentado 199% en términos reales, como consecuencia de la monetización del déficit cuasi fiscal, versus un 177% en los 4 años del último gobierno de CFK.

La posconvertibilidad

El gobierno de Néstor Kirchner materializó la salida de la crisis de la convertibilidad. En los primeros años de la reactivación productiva, la inflación no fue un impedimento para el crecimiento real de la economía. En 2003 la inflación cerró en 3,7%, en 2004 se ubicó en 6,1% y para 2005 en 12,3%. Pese a que hoy dichos porcentajes puedan resultar nominalmente bajos, constituyen incrementos sustantivos respecto del año anterior: 64,9% para 2004 y 101,1% para 2005. En el año de la gran recesión de 2002, según el Banco Mundial, el PBI per cápita ajustado por Paridad de Poder Adquisitivo (PPA) se ubicó en US$ 10.052,487, un 10% menos que en 2001. Sin embargo, para 2003 se recupera en igual proporción; aumenta un 11% en 2004 hasta los US$ 12.214,74 y un 11% en 2005 hasta los US$ 13.568,767. Para el final del mandato de Néstor Kirchner, el PBI per cápita ajustado por PPA había crecido un 50% (US$ 16.570,011 a 2007) con una inflación promedio del 10,8% para esos años.

En contraste, durante el mandato de Mauricio Macri el PBI per cápita por PPA se incrementó un 15% con una inflación promedio del 41,8%. La inflación no solo no jugó un papel dinamizador durante la última fase neoliberal, sino que constituyó un factor regresivo. Entre 2003-2007 los salarios crecieron más que la inflación: 17,8% en promedio. Mientras que entre 2015-2019 su incremento fue de 32,8% en promedio, por debajo del IPC promedio.

Son 2 procesos que se contraponen de forma clara y contundente. Mientras que el de Kirchner sacó a Argentina de la peor crisis de la que se tenga registro; el de Macri nos sumió nuevamente en una recesión económica en la que la que las y los trabajadores perdieron parte del terreno ganado hasta 2015.

El modelo

Al cuarto trimestre del 2003, el 10% más rico de la sociedad acaparaba el 39,3% del ingreso, mientras que el 10% más pobre solo el 0,7%. Para fines del 2007 esas cifras se ubicaban en 34,8% y 1,2% respectivamente. Al segundo trimestre de 2015 (último dato), el 10% más rico de la población acaparaba el 29,7% del ingreso y el 10% más pobre el 1,8%. Para el mismo período de 2019 los guarismos eran del 31,9% y 1,6% respectivamente. Una distribución del ingreso empeorada por del cambio en la composición de la inflación con la liberación de precios regulados, que condujo a una persistente histéresis inflacionaria y a una fuerte dispersión de precios, exacerbada en los barrios populares.

La inflación es un fenómeno inherente a todo proceso de distribución progresiva o regresiva del ingreso, en nuestro país esto se agrava producto de una economía bimonetaria, una estructura productiva concentrada y un modelo exportador basado en la canasta básica alimentaria. La inflación licua los salarios cuando se da en el marco de programas de transferencia de ingresos, pero cuando ocurre en una fase de puja distributiva con inclusión social e incrementos del salario real, se reduce a un fenómeno nominal.

Mercado interno

La inyección monetaria es condición necesaria (pero no suficiente) para dinamizar la economía y generar crecimiento. La demanda interna tracciona sobre el mercado interno que genera los puestos de trabajo necesarios para incrementar el empleo y reducir la pobrera. El aumento de precios es un mal inevitable cuando hay crecimiento con inclusión en el consumo, incluso en países desarrollados; pero un mal menor en definitiva. La inflación puede o no, ser un problema, depende del modelo.

Cuando Cambiemos asume, la participación de los salarios en la generación del ingreso rondaba el 54%, al final del mandato se había reducido al 46,1%. La concepción del salario como un costo y no como un mecanismo para fortalecer la demanda agregada, prevaleció a lo largo de los 4 años. En 2020 los trabajadores volvieron a recuperar la participación que tenían en 2018 (48%), sin embargo, todavía dista de los mejores años conseguidos.

Si la economía nacional logra salir de la crisis en la que se encuentra sumergida desde 2018, generando las condiciones necesarias para el crecimiento real (como vienen insinuando algunos índices macroeconómicos) la disputa por la remuneración a los factores productivos será una causa adicional a la actual inflación. El desafío sin duda es que es que los incrementos salariales sean superiores a los aumentos de precios, para que la distribución del ingreso opere en forma progresiva y genere movilidad ascendente que reduzca la pobreza.

Los controles cambiarios con un nivel de emisión monetaria consistente con el crecimiento económico, los derechos a las exportaciones, los acuerdos de precios con sus relativos controles y herramientas que amplifiquen la competencia como la ley de Góndolas, contribuyen a aminorar la tasa de aumento en los precios internos. No existen soluciones mágicas ni resultados inmediatos. La historia reciente invita a descreer de promesas inexpugnables y simplistas que no registran la dimensión del fenómeno inflacionario y lo consideran a una mera cuestión monetaria.

viernes, 5 de febrero de 2021

Los bienes y servicios públicos como respuesta a las crisis globales

Sería bueno que la humanidad no recurriese al salvataje del Estado en situaciones de contingencia, sino que pudiese sostener políticas púbicas inter generacionalmente y no apelar a la ayuda Estatal solo en momentos de necesidad, porque el sector privado sucumbió ante su propia avaricia.

Con encomiable perspicacia, en su exposición ante el Foro Económico Mundial de Davos 2021, el presidente Alberto Fernández expresó que: “La pandemia nos demostró, una vez más, que para lidiar con los grandes desafíos globales debemos cooperar entre actores públicos y privados, y que la vacuna debe ser considerada un bien público global[1]

Quizá las palabras bien público global, no terminen de reflejar cabalmente la profundidad conceptual de la frase. Es necesario ampliar la importancia de los bienes y servicios públicos en períodos normales, pero sobre todo ante catástrofes globales como las que atraviesa el mundo hoy.

Se considera bien público a todo bien consumido de manera colectiva, en el que rigen 2 propiedades: no exclusión y no rivalidad. Un ejemplo de bien público (puro) es el alumbrado público; no se puede evitar que otro individuo pueda gozar de la iluminación que suministra (no exclusión) y su incorporación, no agota cantidad de luz brindada para que otro pueda gozar en igual medida (no rivalidad). Esto determina 2 problemas centrales: al no poder evitar estas 2 condiciones, el mercado no tiene demasiados incentivos para proveerlos o para hacerlo de manera eficiente, lo que resulta en una provisión subóptima. Por otro lado, una vez que el bien fue provisto, habría quienes no estarían dispuestos a pagarlo a sabiendas de que, de todos modos, se benefician del servicio; este es el problema del free rider. Esto constituye una falla de mercado[2]. Por lo que resulta necesario que sea el Estado el que provea estos bienes, ya que su interés no es la rentabilidad sino la universalidad (sin perjuicio de que la producción pueda ser llevada a cabo por el sector privado).

La noción de bienes públicos globales surge con más fuerza en los 90, con los gobiernos neoliberales avanzando de manera voraz en la economía y las finanzas. La globalización determinó que sea imperioso determinar reglas de jugo en el sector financiero, para regular los comportamientos especulativos y promover la estabilidad macroeconómica. Se consideró que las regulaciones monetarias y bancarias eran un bien público que debía ser adoptado por todos los países para evitar desequilibrios en las economías locales.

La pandemia de Covid-19 también reavivó la idea de cooperación multilateral, pero en este caso, para el control de la situación epidemiológica. El beneficio de la vacunación a nivel mundial supera el costo que ello implica. Con la economía global colapsada, el esfuerzo monetario para volver a ponerla en funcionamiento no implicaría un gasto, sino una inversión, y esta no vendría del lado del sector privado sino del sector público. La salud como servicio público adquiere hoy especial preponderancia para el desarrollo normal de la vida en todos los países.

Resulta necesario que la vacuna sea abordada como un bien público puro, provisto y financiado por los Estados locales y no por el sector privado, ya que su motivación estaría determinada por el beneficio económico y ello supondría una provisión subóptima. La vacunación masiva produce externalidades positivas valoradas ampliamente por la sociedad y en un ámbito de globalización como el actual, el desarrollo económico de cada país no puede llevarse a cabo si los países no pueden ejercer el comercio internacional o la libre circulación de personas por una pandemia.

 

El aislamiento obligatorio decretado por la mayoría de los gobiernos para evitar el colapso del sistema sanitario en la primera fase de la pandemia impuso un desafío en cuanto a la conectividad de los ciudadanos[3]. El acceso a las tecnologías de la información y a las telecomunicaciones, se volvió indispensable para poder trabajar de manera remota desde los hogares.

En nuestro país, el Decreto 690/2020[4] de agosto de 2020 estableció el carácter de servicio público sobre las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TICs) y la telefonía móvil en la ley 27.078 de 2014, regulando así, no solo la tarifa, sino el acceso, mediante una prestación básica universal obligatoria.

A los 19 días de asumir, Mauricio Macri modifica con el DNU 267/2015 las leyes 26.522 (Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual) y 27.078 (Argentina Digital). Derogando gran parte del andamiaje legalmente establecido en materia de servicios de comunicación audiovisual y TICs, abandonando la idea del acceso a estos últimos como un derecho humano, dejándolos librados a ley de la oferta y demanda. Al darles la condición de prestadores de servicios TIC (Art. 7° del DNU[5]), es decir, equipararlos a las empresas de telecomunicaciones, se liberó a los proveedores de TV por cable de las obligaciones que imponía la LSCA[6]. Ya no había límites de concentración (clave en la fusión entre el grupo Clarín y Telecom) y se les otorgaba mayor discrecionalidad a las prestatarias, en detrimento de las y los consumidores.

El decreto de agosto suspendió, a su vez, cualquier tipo de aumento hasta el 31 de diciembre de 2020 lo que desató una andanada de medidas cautelares y amparos para bloquear su aplicación. El sector privado, en concomitancia con una parte del sector judicial, se opuso férreamente, en un acto de corporativismo explícito, ante la imposibilidad de aumentar la tarifa lo que les viniera en gana. Los medios hegemónicos salieron a esmerilar el rol del Estado, equiparándolo con uno pseudo comunista y totalitario, pero lo curioso es que no dijeron lo mismo de países desarrollados que habían obrado en igual sentido.

El rol del Estado es vital frente a los abusos de poder en momentos de incertidumbre, pero es más efectivo su accionar cuando en momentos de normalidad, se pone por delante del sector privado, guiándolo en la senda del desarrollo económico.

No Existirían hoy los unicornios tecnológicos como Amazon, Google, Facebook, Apple o Microsoft, si a fines de la década del 60, un proyecto militar impulsado por el Estado norteamericano[7] no hubiese desarrollado red de ordenadores que uniera los centros de investigación dedicados a labores de Defensa. Así es como nace ARPANET (Advanced Research Projects Agency Network o Red de la Agencia para los Proyectos de Investigación Avanzada) la red precursora de la Internet actual.

Estas empresas, tan frecuentemente citadas como sinónimo del éxito del sector privado, no solo hicieron usufructo indirecto de un desarrollo Estatal, sino que se beneficiaron de manera directa de los eslabonamientos productivos de un clúster tecnológico llamado Silicon Valley. Ninguna de ellas podría haber tenido un desarrollo tan exitoso sin un Estado que hubiese invertido en educación, I+D, infraestructura o transporte interurbano. Con facilidades de acceso a financiamiento en su primera etapa como start ups, con exenciones impositivas y beneficios fiscales para su radicación en la localidad californiana.

Por su valoración social y sus externalidades positivas, internet también debe ser considerado bien público global. Aunque su suministro sea privado, es insoslayable la importancia que tuvo el Estado para su desarrollo y la importancia que hoy tiene para garantizar el acceso para las y los ciudadanos.

En tiempos de pandemia, el esfuerzo unilateral de los Estados por garantizar el bienestar de sus individuos resulta infructuoso o insuficiente si no se realiza de manera concertada y conjunta. La salida de la Corona-crisis será global o no será, puesto que los países están estrechamente vinculados a través de cadenas de valor deslocalizas en las que el comercio internacional y la circulación de personas tiene un rol preponderante. Problemas globales requieren soluciones globales.

sábado, 23 de enero de 2021

La inflación en alimentos: fenómeno global; problema estructural en Argentina

    Que “Argentina exporta alimentos”, es una frase ya muy sonada. Pero lo más relevante de aquella afirmación es la elevada concentración de un mercado que, por su capacidad de colocación exterior de la producción, termina incidiendo de manera directa en la estructura de precios del mercado interno. Y no es justamente en los últimos eslabones de la cadena (supermercados) dónde ocurre la concentración, sino desde la cosecha.

Se puede distinguir un elevado grado de concentración en 3 instancias: propiedad de la tierra, producción y exportación. Según el Censo Nacional Agropecuario de 2018[1],  más de la mitad de la tierra productiva (51%) es controlada por apenas el 2,49% de los productores. El GINI de la tierra en 2018 se puede estimar en 0,8476, similar al 0,8403 de 1914. Lo que señala que la desigualdad en el campo no se ha modificado desde el fin de la división de tierras de la campaña del desierto.

La exnominación también es un factor distintivo de nuestra modernidad: las Explotaciones controladas por sus propietarios cayeron del 74% en 2002 al 69% en 2017. Y las controladas por Sociedades Anónimas crecieron del 20% al 24% en los últimos 15 años. En consecuencia, rastrear a los verdaderos dueños de la tierra, es una quimera de otra época.

En cuanto a la comercialización internacional de cereales, oleaginosas y derivados[2], apenas 10 empresas, de un total de 476 (es decir el 2%), explicó el 87% de las exportaciones en 2020:

DJVE – Granos acumuladas aprobadas 2020

Elaboración en base al MAGyP

Se trata de un puñado de empresas locales y extranjeras con gran capacidad de colocación externa de la producción nacional y cuyo poder en la fijación de precios repercute finalmente en el mercado interno. Es un mercado fuertemente oligopolizado con pocos actores que operan globalmente en distintos países productores.

Otro tanto sucede en el mercado cárnico, dónde hasta 2017 tan sólo 5 empresas concentraban el 60% de las exportaciones bovinas[3]

En 2020 el sector cerró con el mayor nivel de actividad en 11 años[4], la faena total de ganado bovino fue de 14.231.788 de cabezas. Y las principales 10 empresas, de un total de 398 (el 2,5%), fueron responsables del 22% de la producción[5] (pero si se tiene en cuenta que muchas de ellas pertenecen a un mismo grupo, la participación total asciende al 27%[6]):

Faena total por establecimiento

Elaboración en base al MAGyP

La producción medida en toneladas de res con hueso se incrementó 1,3% respecto de 2019 (de 3.134.000 a 3.174.456), sin embargo, las exportaciones crecieron en un 8,4% respecto del año anterior[7] y el volumen exportado representó una cifra récord: 28,9% de la producción total (917.200 Tn. res c/hueso). Eso se tradujo parcialmente, en un aumento sideral del 72,3% en los precios del mercado local, con un consumo interno cayendo a mínimos históricos de 49,7 kg por habitante:

Precio promedio (en $) de la hacienda vacuna. Período enero 2011 – diciembre 2020

Fuente: CICCRA, con datos del Mercado de Liniers S.A.

Los precios de los commodities agropecuarios son vitales en la estructura de los precios de los alimentos, ya que sirven de insumo y alimento para la ganadería y sus variaciones se trasladan también al precio de la carne. Cuando los precios internacionales de las materias primas suben, los incentivos a exportar aumentan. En consecuencia, la oferta interna se resiente y las empresas buscan obtener una rentabilidad igual o similar a la que obtendrían afuera por esos productos. Por ende, sin derechos de exportación (o retenciones), el traslado a precios internos de ese incremento sería homotético.

En el último año los precios internacionales de los alimentos aumentaron fuertemente, en parte por una mayor demanda de China, pero fundamentalmente por la emisión monetaria de Estados Unidos: Con la irrupción del Covid-19 en el escenario global, las economías de todos los países colapsaron y los bancos centrales se vieron obligados a apuntalar a las familias y las empresas con ingentes inyecciones monetarias.

Hoja de balance de la Reserva Federal de EEUU[8]

El 25 de marzo de 2020 EEUU aprobó por unanimidad el mayor rescate económico de su historia: la “Coronavirus Aid, Relief, and Economic Security Act” (CARES Act) un paquete económico de US$ 2,21 billones (10% del PBI) para salvar su economía.[9] Esto hizo que el dólar se depreciara fuertemente y que los activos nominados en dólares, la reserva de valor mundial, dejaran de ser atractivos en el mercado financiero:

Índice dólar

Frente a la pérdida de rentabilidad, los inversores se refugiaron en otros activos como los commodities, lo cual hizo que sus precios se disparen:

Precio internacional de la soja

 

Precio internacional del maíz


Precio internacional del trigo

 

Los precios de las materias primas locales acompañaron la evolución de las subas internacionales. Y como consecuencia de una menor oferta interna producto de mayores exportaciones, los precios en el mercado interno sufrieron el impacto. Incluso con derechos de exportación instaurados, no se pudo contener tan flagrante variación global.

En el mediano plazo nada indica que la tendencia global vaya a modificarse, sino todo lo contrario. Goldman Sachs prevé un nuevo super ciclo de los commodities similar al que tuvo lugar a comienzos del siglo XXI[10]. En suma, el gobierno de Estados Unidos aprobó una expansión del paquete económico de marzo por un total de US$ 900.000 millones para sostener su alicaída economía[11]. Además, el flamante presidente Biden anunció un nuevo paquete récord: el American Rescue Plan, por un total de US$ 1.9 billones[12] (US$ 1.900.000.000.000), lo que pude implicar una mayor depreciación del dólar frente al resto de las divisas y una mayor suba de activos alternativos (cripto divisas, oro y fundamentalmente commodities), como reserva de valor. Pero al ser una realidad no excluyente de la economía norteamericana y estando todos los países haciendo políticas monetarias y fiscales expansivas, se pueden esperar desvíos masivos en la composición de las inversiones globales. Fuera de todo razonamiento conspirativo sino puramente económico, no es casualidad que Bill Gates se convirtiera desde principios de año en el principal propietario de tierras agrícolas de EE.UU.[13]

Esto supone un desafío enorme para la economía argentina. Preservar el bolsillo de las y los trabajadores frente a la suba de los alimentos requiere de un mayor control, no solo en los últimos eslabones de la cadena de comercialización sino en el núcleo de producción. Con una estructura productiva eminentemente concentrada, alternativas como una empresa estatal que determine el sendero de la soberanía alimentaria resultaría fundamental.

YPF marca el rumbo en el mercado hidrocarburífero y Aerolíneas Argentinas lo hace en el aerocomercial. Sin embargo, y a pesar de estar insertos en la división internacional del trabajo como país agroexportador mucho antes de tener aviones o producción hidrocarburífera, no contamos con una empresa Estatal testigo que marque el camino a seguir para el sector alimenticio. Es momento de mayor creatividad y decisión política, cuando los herramentales clásicos para modelar el capitalismo en un sentido socialmente justo y equitativo están encontrando sus límites.

Según el índice de Precios de los Alimentos que elabora la FAO, en 2020 los alimentos alcanzaron un máximo en tres años: un total de 97,9 puntos[14]. Lo que a su vez representa una suba del 3,1% respecto del 2019. Si la tendencia continúa (y nada hace pensar lo contrario) el mundo y sobre todo Argentina con una economía agroexportadora tan concentrada, puede enfrentar algunos problemas en el mercado interno.

En cuanto al Índice de Precios al Consumidor que elabora el INDEC, en 2020 todos los alimentos (Pan y cereales, carnes y derivados, leche, productos lácteos y huevos, aceites, grasas y mantecas, frutas, verduras, tubérculos y legumbres) estuvieron por encima del nivel general de inflación:

IPC - Nivel general vs alimentos

Elaboración en base al INDEC 

Si se considera el rubro alimentos y bebidas en su conjunto, puede verse cómo en el último año se duplica la brecha respecto del nivel general. En 2018 la brecha era 3,6 puntos porcentuales, en 2019 de 3 pp., para ubicarse en 6 pp. en el 2020:

Elaboración en base al INDEC

La suba de los commodities mundiales puede representar una oportunidad inmensa para resolver cuestiones de crecimiento y endeudamiento con una mayor recaudación por exportaciones e ingreso de divisas, pero también un problema significativo si ese crecimiento no se distribuye o si esa distribución es devorada por subas de precios internos que devienen del exterior.