El quiebre del modelo de valorización financiera del macrismo supone dejar atrás una inflación que transfiere ingresos de los sectores populares a los sectores concentrados, por otra que no impida la recomposición de los ingresos reales.
La inflación es un fenómeno multicausal
y no un fenómeno monetario puro. Prueba de ello resulta el último gobierno
neoliberal que gobernó argentina entre diciembre de 2015 y diciembre de 2019. La
gestión anterior asumió repitiendo el mal sofisma de reducir el déficit recortando
el gasto y financiándolo con deuda. El déficit se redujo casi a cero por
imposición del Fondo, luego del acuerdo; pero el déficit primario, antes del
pago de intereses; el financiero aumentó a la par de los vencimientos de deuda
de cortísimo plazo. Para 2019 la base monetaria había aumentado 199% en
términos reales, como consecuencia de la monetización del déficit cuasi fiscal,
versus un 177% en los 4 años del último gobierno de CFK.
La posconvertibilidad
El gobierno de Néstor Kirchner
materializó la salida de la crisis de la convertibilidad. En los primeros años
de la reactivación productiva, la inflación no fue un impedimento para el
crecimiento real de la economía. En 2003 la inflación cerró en 3,7%, en 2004 se
ubicó en 6,1% y para 2005 en 12,3%. Pese a que hoy dichos porcentajes puedan
resultar nominalmente bajos, constituyen incrementos sustantivos respecto del
año anterior: 64,9% para 2004 y 101,1% para 2005. En el año de la gran recesión
de 2002, según el Banco Mundial, el PBI per cápita ajustado por Paridad
de Poder Adquisitivo (PPA) se ubicó en US$ 10.052,487, un 10%
menos que en 2001. Sin embargo, para 2003 se recupera en igual proporción;
aumenta un 11% en 2004 hasta los US$ 12.214,74 y un 11% en 2005 hasta los US$ 13.568,767.
Para el final del mandato de Néstor Kirchner, el PBI per cápita ajustado por
PPA había crecido un 50% (US$ 16.570,011 a 2007) con una inflación promedio del
10,8% para esos años.
En contraste, durante el mandato
de Mauricio Macri el PBI per cápita por PPA se incrementó un 15% con una
inflación promedio del 41,8%. La inflación no solo no jugó un papel dinamizador
durante la última fase neoliberal, sino que constituyó un factor regresivo.
Entre 2003-2007 los salarios crecieron más que la inflación: 17,8% en promedio.
Mientras que entre 2015-2019 su incremento fue de 32,8% en promedio, por debajo
del IPC promedio.
Son 2 procesos que se contraponen
de forma clara y contundente. Mientras que el de Kirchner sacó a Argentina de
la peor crisis de la que se tenga registro; el de Macri nos sumió nuevamente en
una recesión económica en la que la que las y los trabajadores perdieron parte
del terreno ganado hasta 2015.
El modelo
Al cuarto trimestre del 2003, el 10%
más rico de la sociedad acaparaba el 39,3% del ingreso, mientras que
el 10% más pobre solo el 0,7%. Para fines del 2007 esas cifras se
ubicaban en 34,8% y 1,2% respectivamente. Al segundo trimestre de
2015 (último dato), el 10% más rico de la población acaparaba el 29,7%
del ingreso y el 10% más pobre el 1,8%. Para el mismo período de
2019 los guarismos eran del 31,9% y 1,6% respectivamente. Una
distribución del ingreso empeorada por del cambio en la composición de la
inflación con la liberación de precios regulados, que condujo a una persistente
histéresis inflacionaria y a una fuerte dispersión de precios, exacerbada en
los barrios populares.
La inflación es un fenómeno
inherente a todo proceso de distribución progresiva o regresiva del ingreso, en
nuestro país esto se agrava producto de una economía bimonetaria, una
estructura productiva concentrada y un modelo exportador basado en la canasta
básica alimentaria. La inflación licua los salarios cuando se da en el marco de
programas de transferencia de ingresos, pero cuando ocurre en una fase de puja
distributiva con inclusión social e incrementos del salario real, se reduce a
un fenómeno nominal.
Mercado interno
La inyección monetaria es condición
necesaria (pero no suficiente) para dinamizar la economía y generar
crecimiento. La demanda interna tracciona sobre el mercado interno que genera
los puestos de trabajo necesarios para incrementar el empleo y reducir la
pobrera. El aumento de precios es un mal inevitable cuando hay crecimiento con
inclusión en el consumo, incluso en países desarrollados; pero un mal menor en
definitiva. La inflación puede o no, ser un problema, depende del modelo.
Cuando Cambiemos asume, la
participación de los salarios en la generación del ingreso rondaba el 54%, al
final del mandato se había reducido al 46,1%. La concepción del salario como un
costo y no como un mecanismo para fortalecer la demanda agregada, prevaleció a
lo largo de los 4 años. En 2020 los trabajadores volvieron a recuperar la
participación que tenían en 2018 (48%), sin embargo, todavía dista de los
mejores años conseguidos.
Si la economía nacional logra
salir de la crisis en la que se encuentra sumergida desde 2018, generando las
condiciones necesarias para el crecimiento real (como vienen insinuando algunos
índices macroeconómicos) la disputa por la remuneración a los factores
productivos será una causa adicional a la actual inflación. El desafío sin duda
es que es que los incrementos salariales sean superiores a los aumentos de
precios, para que la distribución del ingreso opere en forma progresiva y
genere movilidad ascendente que reduzca la pobreza.
Los controles cambiarios con un
nivel de emisión monetaria consistente con el crecimiento económico, los
derechos a las exportaciones, los acuerdos de precios con sus relativos
controles y herramientas que amplifiquen la competencia como la ley de
Góndolas, contribuyen a aminorar la tasa de aumento en los precios internos. No
existen soluciones mágicas ni resultados inmediatos. La historia reciente invita
a descreer de promesas inexpugnables y simplistas que no registran la dimensión
del fenómeno inflacionario y lo consideran a una mera cuestión monetaria.