Una vez resuelto lo urgente: el hambre y la deuda, el programa económico del gobierno se perfila como volver
a elevar el nivel de bienes y servicios existentes en la economía para poder
crecer. La teoría cuantitativa
del dinero podría pensarse como la
máxima del gobierno de Alberto Fernández. Es decir que, la emisión para la producción está garantizada; la emisión para los
salarios se garantizará con el aumento de la producción. Todo atado a una
férrea política de dominancia fiscal para controlar la tasa de inflación.
No es otra cosa que una teoría de
crecimiento desde la oferta. La diferencia recala en que dicha responsabilidad
fiscal, no resulta incompatible con el financiamiento de cuestiones urgentes.
Eso se ve claramente con el desdoblamiento cambiario vía impuesto del 30% a la
adquisición de divisas sin fin productivo para financiar parte del programa de
Argentina contra el hambre. Incluso la política monetaria, de neto corto
heterodoxo, se manifestó desde un comienzo al reducir la tasa de referencia
desde el 63% al 40%, compatible con el elevado ratio deuda/PBI; para hacerlo
sostenible y compatible a su vez, con el crecimiento económico. Un programa
económico basado en la equidad primero y en la eficiencia después.
La destrucción del entramado
productivo mediante una inédita redistribución regresiva suscitada en los
últimos 4 años, provocó una caída de la actividad económica que imposibilita
implementar una distribución progresiva de ingresos con el otrora fomento de la
demanda agregada.
En los años del gobierno de
Macri, Argentina no sólo no creó riqueza, sino que la destruyó. A la vez que el
ahorro excedente dedicado a la inversión productiva se dolarizó y salió del
sistema. En el último año de su gestión, el Producto Interno Bruto cayó -2,1%.
Y considerando el acumulado para todo el período, la economía heredada por el
actual gobierno es -3,9% menor a la del
2015. La formación bruta de capital fijo al tercer trimestre de 2019 fue -15,5%
menor a la del mismo trimestre de 2015 y la fuga de capitales totalizó en US$
88.371 entre 2016-2019.
Recomprar los dólares que
circulan en los colchones, es vital para afrontar intereses y pagos de capital,
para que la deuda se vaya como llegó y fundamentalmente para importar los
insumos esenciales de la industria. A riesgo de sonar ortodoxo, eso sólo se
consigue generando confianza para invertir, con una moneda sólida y con la responsabilidad
fiscal que impone la crisis de la deuda. La economía nacional no tiene un
problema de ahorro sino un problema de confianza en su moneda, canalizar ese
ahorro que ya fue generado y traducirlo en inversión, es necesario para
reactivar el Producto.
La seriedad política de “el
gobierno de los gestos” de Alberto, no es menor para poner en marcha la
economía. Aquí podrían entrar el fin de la grieta, el multilateralismo
internacional y la ética de la solidaridad. Es una restructuración holística,
no solo una restructuración de deuda. Y ese nuevo rumbo es un contrato social
cada vez más cierto.
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