Según Rousseau, las sociedades
encuentran su forma de convivencia pacífica al ceder parte de la libertad
individual en pos del bien común. El contrato social viene a resolver el
problema que se genera en la falta de obligación colectiva para la preservación
individual. En las sociedades modernas los ciudadanos son los sujetos obligados
a obedecer a esta construcción llamada Estado que impone el derecho legítimo
de obediencia sobre la base de la voluntad general.
Cuando Russeau escribió su
Contrato Social en la segunda mitad del 1700 el capitalismo no había permeado
tan fuertemente en todos los órdenes de la vida, como sí lo hace hoy en día. La
desigualdad económica que impera en el mundo moderno ha conducido a desigualdad
decisoria en las cuestiones políticas, de ahí que las leyes (escritas o
implícitas producto de la estructura de mercado) son elaboradas no desde el
poder político que otrora se encargaba de dirigir el estado sino desde el ceno
del hipercapitalismo desigualador.
No hay ya la posibilidad para los
ciudadanos, de tener representación colectiva cediendo parte de las libertades
individuales. La convivencia se encuentra dirigida desde un poder fáctico
exnominado bajo los designios de la economía global. Dejaron de funcionar los
mecanismos de organización social que funcionaban cuando estos mecanismos
fueron teorizados, porque las sociedades dejaron de organizarse bajo esos
esquemas.
Hoy es más fácil modificar
colectivamente los deseos colectivos con las redes sociales, básicamente porque
la capacidad de influir sobre todos los ciudadanos a la vez y de manera
instantánea no existía hace 10 años y mucho menos hace 300.
Alberto Fernández asumió el 10 de
diciembre de 2019 con un nivel de desorganización Estatal sideral. El gobierno
de Mauricio Macri esbozó la forma política del capitalismo desigualador y por
ende las cuestiones Estatales resultaban antagónicas para la implementación de
su proyecto social.
Dentro del acuerdo social, cada
asociado abandona la libertad que le proporciona su estado de naturaleza
primitivo, por el estado civil. Ello implica que el instinto que conduce a cada
individuo es reemplazado por la moral que dirige a la mayoría. Lo que el hombre
pierde por el contrato social, según Rousseau, es su libertad natural y un
derecho ilimitado a todo lo que intenta y puede alcanzar; lo que gana es la
libertad civil y el derecho de todo lo que posee.
Sin embargo, los estados modernos
hace tiempo que dejaron de ser propiedad de sus ciudadanos. Las empresas han
cooptado legal o ilegalmente a los representantes políticos y las legislaciones
ya no son fieles a los pueblos.
Para recuperar en parte el nivel
de representación que alguna vez supo ser parte de los inicios civiles, es
imperioso reformar las estructuras económicas para que no permeen en el orden
social. Hoy día es más probable que un monopolio económico monopolice también
lo que concierne al Estado, sólo la voluntad política puede contrarrestarlos. La estatización del pulpo Vicentín puede ser el puntapié inicial para distribuir equitativamente el fruto económico del suelo argentino para que todas y todos tengan la posibilidad de desarrollarse en una economía que los represente.
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