En la era de las Fake News, el descreimiento en la
política se ha vuelto moneda corriente. Con una economía al borde del colapso,
sostenida por la asistencia social implementada antes del 2015 y profundizada
casualmente en 2017 y 2019, el escenario electoral asoma deslucido y falto de
contenido político propio no heredado. Las medidas de mejora social prometidas
en 2015 y 2017 no se consustanciaron efectivamente y la desilusión es cada vez
más generalizada entre aquellos que apostaron al Cambio.
El discurso de la corrupción K
fue una herramienta que caló hondo y fue de gran utilidad para sumar
voluntades, en una sociedad que tenía sus necesidades cubiertas como para
prestar atención a los propaladores de noticias armadas:
·
El asesinato de un fiscal que denunció a la
presidenta, pero que luego el periodista Pablo Duggan se encargó de demostrar
en su libro que fue un suicidio, producto de la desprotección de los mismos que
impulsaron semejante denuncia.
·
Cuentas en Delaware del hijo de la presidenta y
de la ministra de Defensa con supuestos fondos provenientes de Irán, producto
del memorándum de entendimiento. Que luego el departamento de Estado de los
Estados Unidos se encargó de desmentir
(aunque 3 años más tarde).
·
Los bolsos de un tal López que, según la
Reserva Federal, contenían dólares que salieron
del Banco Finansur S.A. cuando su dueño era Jorge Sánchez Córdoba, tesorero
de Boca Juniors.
·
La causa que pesa sobre Julio De Vido por
sobreprecios en la mina de Rio Turbio, carece de documentación probatoria y
recientemente en audios de Whatsapp entre el empresario Pedro Echévez y el
empleado de la DEA Marcelo D’Alessio, reconoció haber armado una operación
junto con Bonadío para detener al ex ministro y a Roberto Baratta.
·
La ruta del dinero K, en la que finalmente el
denunciante mediático Federico Elaskar terminó admitiendo, a fines de 2018, que
“fue una operación política contra el
gobierno de Cristina Kirchner” en
2013.
·
Fotocopias de cuadernos de un tal Centeno, que
ardieron hasta las cenizas y detallaban las coimas del gobierno K, que
empresarios admitieron haber pagado luego de ser extorsionados por
el fiscal Carlos Stornelli y su edecán Marcelo D’alessio.
Sin embargo, cuando la corrupción
documentada aparece en la misma vereda en la que se está parado, incomoda. Pero
no lleva a cruzar de acera, sino a caminar por la avenida del descreimiento y
la despolitización:
·
El procesamiento en 2010 del entonces Jefe de
Gobierno porteño Mauricio Macri por escuchas
ilegales a víctimas y familiares del atentado a la AMIA. Causa en la que
fue sobreseído en diciembre de 2015 por el juez Sebastián Casanello, días antes
de la asunción presidencial.
·
Documentos de Mossack Fonseca que detallan las
cuentas no declaradas en guaridas fiscales del presidente Mauricio Macri (director
de Fleg Trading hasta 2016), familiares y funcionarios de gobierno.
·
La habilitación por decreto para que familiares de
funcionarios públicos pudieran adherir al blanqueo de capitales de 2016,
impedido al momento de la aprobación de la ley en el congreso. De esta manera, las
personas cercanas a funcionarios nacionales blanquearon US$
132,5 millones, incluido Gianfranco Macri, el hermano del presidente.
· La compra-venta de 6 parques
eólicos sin licitación, con una ganancia de US$ 15.000.000.
· La condonación de la deuda de $70.000 millones
en concepto de canon del Correo
Argentino con el estado, truncada por la Cámara de Apelaciones en lo
Comercial.
El Kirchnerismo no está exento de
corrupción, Ricardo Jaime está detenido desde 2016 procesado por
enriquecimiento ilícito. Daniel Muñoz, secretario privado de Néstor Kirchner
era propietario de una cuenta off shore en las islas vírgenes valuada en US$65
millones. Julio De Vido está detenido luego de su desafuero por la tragedia de
Once. Está probado que en política existen delitos de corrupción, conflictos de
intereses y cuestiones poco transparentes, pero lejos está de ser una norma
transversal a todos los partidos, como se pretende instalar desde los medios de
comunicación dominantes. El esperpento televisado y escrito opera por
repetición, instalando un discurso que provoque irritación y enfado, que
termina por convencer al espectador de que los políticos son todos iguales,
igual de corruptos.
Dejar de creer en la política
como única herramienta de transformación democrática, libera espacios de poder
para que sean las corporaciones las que se encarguen de ocuparlos. Ya sea por
medio del Lobby o de la injerencia directa de funcionarios que ocupaban cargos
jerárquicos en petroleras, empresas energéticas, bancos extranjeros y fondos de
inversión, se incrementan ganancias empresarias a costa del poder adquisitivo
de los consumidores. La transferencia de ingresos más importante desde la
hiperinflación se produjo con por un gobierno que justamente proponía bajar la
inflación, reducir la pobreza, no devaluar, quitar el impuesto a las ganancias
en la cuarta categoría, no privatizar el fútbol televisado, mantener las
retenciones al agro, etc.
Son lógicos entonces, los
sentimientos de descreimiento y desilusión. Y es entendible el enojo con la
política en general, que no ha sabido o querido resolver cuestiones sociales
por la primacía de intereses contrapuestos. Lo que carece de lógica es auto
denominarse apolítico, como si esto eximiera de culpa y cargo a quienes no
hicimos nada para impedir que ocurra lo que tanto nos desagrada. No implica
involucrarse necesariamente en política, ya que para eso es necesario tener
vocación de servicio, basta apenas con tener conciencia para estar haciendo
algo. Con los ojos abiertos es más difícil que nos conduzcan por caminos
oscuros.
El amplio porcentaje de indecisos
en las encuestas, es un síntoma de la apatía política que se dirime entre la
seductora idea de dar continuidad a un gobierno que ha deteriorado el poder
adquisitivo de los ingresos y el retorno de otro, que pese a la creación de empleo,
aumento del salario real y fortalecimiento de los sectores productivos, sigue
siendo acusado como la suma de todos los males de Argentina.
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