Hace unos años que se insiste en el encono que
genera el hecho de que supuestamente, todo se haya politizado, y por tanto ya
no se pueda emitir opinión sin estar de un lado o del otro. Esto es en parte al
involucramiento de una cuantiosa militancia en la arena política, que amplía de
algún modo las fronteras del debate político, bajándolo de los lugares donde
efectivamente se toman las decisiones hacia los barrios. Esto ha permitido la
popularización del discurso político diversificando los escenarios, los actores
y sumando nuevas ideas para ampliar los derechos de las mayorías.
La
polarización del pensamiento político es inherente a los gobiernos populistas,
en donde las clases bajas disputan por hacerse de un lugar en la ascendente
escala social, escalando peldaños, mejorando su nivel de vida. La inquina que genera el avance de los
sectores relegados acerva la brecha entre los que están en favor de las
políticas de Justicia Social y los que están en contra por el temor que genera
la pérdida del privilegio de la unicidad.
Pero
que el pensamiento esté unificado y exista un grado más amplio de consenso
entorno de la gestión política, no significa que la política pierda lugar en la
opinión pública, sino que se direcciona hacia lugares estratégicos en los cuales
el grado de penetración es más efectivo. Durante la década de los 90 la
política se vuelca a la farandulización de su imagen; Silvio Waisbord señalaba
en 1995 que:
“Codearse con los famosos
confiere presencia; los políticos toman prestada la atención de quienes están
permanentemente en el ojo público debido a sus cualidades deportivas,
artísticas, intelectuales o simplemente por habilidad y talento de sus agentes
de prensa. Reciben la atención general por compartir breves momentos con las
celebridades: es la fama por asociación o por contagio” […]. ”Los funcionarios
públicos, encomendados por los ciudadanos para dirigir los asuntos comunes de
la comunidad política, aparecen mimetizados con quienes viven del
reconocimiento público. Comparten los mismos escenarios televisivos y
fotografías, los mismos restaurantes, lugares turísticos y happenings o eventos
sociales, las páginas de las revistas semanales que exhiben la vida privada de
hombres y mujeres públicos, actividades proselitistas para recaudar fondos y/o
votos y la champaña de los festejos pos eleccionarios.
El
otrora debate político de fondo se trasforma en imagen superficial, carente
presuntamente, de ideología. Discurre además, del escenario popular o barrial y
trasciende el alcance del público, impidiendo la participación ciudadana.
“La humanización de los
candidatos, mostrarlos como cercanos al electorado y lejos de la pompa clásica
de la política, ha sido la obsesión de varios de sus aide-de-camp
proselitistas. Aportar fragmentos de información sobre la vida privada fue la
forma usual de hacer que el electorado conozca a los políticos.”
Los
políticos de la era de la farandulización de los 90, se convirtieron más en
amigos del electorado que en sus representantes y pasaron a un segundo o tercer
plano, sus decisiones políticas como funcionarios públicos. Así fue posible que
el debate político se vaciara de
contenido social, económico, cultural, etc., y se transformase en un
concurso de popularidad en concomitancia con una red mediática afín. Un periplo
nefasto que tuvo como coralario la crisis de la convertibilidad y el
empeoramiento de la calidad de vida de millones de argentinos
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