lunes, 9 de junio de 2014

El mito de la politización absoluta


Hace unos años que se insiste en el encono que genera el hecho de que supuestamente, todo se haya politizado, y por tanto ya no se pueda emitir opinión sin estar de un lado o del otro. Esto es en parte al involucramiento de una cuantiosa militancia en la arena política, que amplía de algún modo las fronteras del debate político, bajándolo de los lugares donde efectivamente se toman las decisiones hacia los barrios. Esto ha permitido la popularización del discurso político diversificando los escenarios, los actores y sumando nuevas ideas para ampliar los derechos de las mayorías.
                La polarización del pensamiento político es inherente a los gobiernos populistas, en donde las clases bajas disputan por hacerse de un lugar en la ascendente escala social, escalando peldaños, mejorando su nivel de  vida. La inquina que genera el avance de los sectores relegados acerva la brecha entre los que están en favor de las políticas de Justicia Social y los que están en contra por el temor que genera la pérdida del privilegio de la unicidad.
                Pero que el pensamiento esté unificado y exista un grado más amplio de consenso entorno de la gestión política, no significa que la política pierda lugar en la opinión pública, sino que se direcciona hacia lugares estratégicos en los cuales el grado de penetración es más efectivo. Durante la década de los 90 la política se vuelca a la farandulización de su imagen; Silvio Waisbord señalaba en 1995 que:
“Codearse con los famosos confiere presencia; los políticos toman prestada la atención de quienes están permanentemente en el ojo público debido a sus cualidades deportivas, artísticas, intelectuales o simplemente por habilidad y talento de sus agentes de prensa. Reciben la atención general por compartir breves momentos con las celebridades: es la fama por asociación o por contagio” […]. ”Los funcionarios públicos, encomendados por los ciudadanos para dirigir los asuntos comunes de la comunidad política, aparecen mimetizados con quienes viven del reconocimiento público. Comparten los mismos escenarios televisivos y fotografías, los mismos restaurantes, lugares turísticos y happenings o eventos sociales, las páginas de las revistas semanales que exhiben la vida privada de hombres y mujeres públicos, actividades proselitistas para recaudar fondos y/o votos y la champaña de los festejos pos eleccionarios.
                El otrora debate político de fondo se trasforma en imagen superficial, carente presuntamente, de ideología. Discurre además, del escenario popular o barrial y trasciende el alcance del público, impidiendo la participación ciudadana.
“La humanización de los candidatos, mostrarlos como cercanos al electorado y lejos de la pompa clásica de la política, ha sido la obsesión de varios de sus aide-de-camp proselitistas. Aportar fragmentos de información sobre la vida privada fue la forma usual de hacer que el electorado conozca a los políticos.”

                Los políticos de la era de la farandulización de los 90, se convirtieron más en amigos del electorado que en sus representantes y pasaron a un segundo o tercer plano, sus decisiones políticas como funcionarios públicos. Así fue posible que el debate político se vaciara de  contenido social, económico, cultural, etc., y se transformase en un concurso de popularidad en concomitancia con una red mediática afín. Un periplo nefasto que tuvo como coralario la crisis de la convertibilidad y el empeoramiento de la calidad de vida de millones de argentinos

No hay comentarios:

Publicar un comentario