Desde el 19 de Abril de 2013,
día en que fue electo el presidente Nicolás Maduro, tras el fallecimiento de su
par Hugo Chávez, se han venido sucediendo una vasta cantidad de protestas en
contra y en favor de la actual gestión del gobierno bolivariano. Los muertos en
las calles de los últimos días de Febrero han puesto especial interés en la
magnitud con la que se expresan los violentos manifestantes, sin discriminar el
bando.
Quizá lo más interesante a analizar no sea si el
gobierno de los estados unidos está detrás de la intentona golpista, sino, si
la intención de Chávez de empoderar al pueblo haya rendido sus satisfactorios
frutos. Es evidente que la escalada de violencia demuestra que el pueblo posee
cierto margen de “poder” sea para defender, sea para cuestionar. De ello se
desprende el interrogante del grado de eficacia que tuvo aquella interpelación
por parte de Chávez a defender a capa y espada los logros que sin duda, ha generado
la revolución en materia de redistribución social.
La antítesis a dicho “Empoderamiento” popular podría
estar representado en los golpes de estado cívico-militares que han tenido
lugar en América Latina en años anteriores. Donde la sociedad aceptaba pasivamente
el cambio de rumbo de un gobierno democráticamente electo, por uno de facto.
Estar “Empoderado” ha significado malinterpretar la
voluntad popular, por una malentendida anárquica caótica, no como la utopía
entendida por el autor Norteamericano Noam Chomsky, en la cual el ser humano
civilizado sabe conducirse individuarme en un marco de entendimiento y consenso
con prójimo.
¿Es hora, entonces, de reformular la democracia tal
cual la entendieron los Romanos?
Y que no sea una elección cada
4 años, la que determine la perspectiva económica, social y cultural de una
nación. Quizá haya que apoyar con militancia, día a día las decisiones
políticas del gobernante de turno o quizá escuchar más directamente la voluntad
popular, sin intermediario. Solo el tiempo sabrá decir cuál es la más adecuada
forma de organización social que somos capaces de alcanzar. En tanto y en
cuanto el límite de las aspiraciones de los partidos políticos (si en un futuro
sigue conservado esa estructura) se limiten al discernimiento intelectual del
entendimiento cívico de las medidas que pretenden aplicar, entendimiento que
deberá ser bien cimentada con instituciones educativas que estén a la altura de
la coyuntura. Claro está que hay intereses que exceden lo político, pero los
partidos que pretenden representar la soberanía popular deberían, por
obligatoriedad moral, conducirse de manera pacífica en la senda de los comicios
populares.
Quizá uno de los grandes motivos que el General Perón
vislumbró al negarse a armar al pueblo, cuando fue depuesto en 1955 por la
autodenominada “Revolución Libertadora”, fue el derramamiento de sangre entre
hermanos. Lo que lo condujo a un prolongado exilio que acabó con su carrera
política. Juan Domingo Perón supo, pese a su naturaleza militar, que el camino
hacia la organización social no era por la vía de la violencia , sino la lucha
pacífica de una ciudadanía comprometida.
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