miércoles, 19 de febrero de 2014

Las consecuencias de empoderar al pueblo

Desde el 19 de Abril de 2013, día en que fue electo el presidente Nicolás Maduro, tras el fallecimiento de su par Hugo Chávez, se han venido sucediendo una vasta cantidad de protestas en contra y en favor de la actual gestión del gobierno bolivariano. Los muertos en las calles de los últimos días de Febrero han puesto especial interés en la magnitud con la que se expresan los violentos manifestantes, sin discriminar el bando.
                Quizá lo más interesante a analizar no sea si el gobierno de los estados unidos está detrás de la intentona golpista, sino, si la intención de Chávez de empoderar al pueblo haya rendido sus satisfactorios frutos. Es evidente que la escalada de violencia demuestra que el pueblo posee cierto margen de “poder” sea para defender, sea para cuestionar. De ello se desprende el interrogante del grado de eficacia que tuvo aquella interpelación por parte de Chávez a defender a capa y espada los logros que sin duda, ha generado la revolución en materia de redistribución social.
                La antítesis a dicho “Empoderamiento” popular podría estar representado en los golpes de estado cívico-militares que han tenido lugar en América Latina en años anteriores. Donde la sociedad aceptaba pasivamente el cambio de rumbo de un gobierno democráticamente electo, por uno de facto.
                Estar “Empoderado” ha significado malinterpretar la voluntad popular, por una malentendida anárquica caótica, no como la utopía entendida por el autor Norteamericano Noam Chomsky, en la cual el ser humano civilizado sabe conducirse individuarme en un marco de entendimiento y consenso con prójimo.

                ¿Es hora, entonces, de reformular la democracia tal cual la entendieron los Romanos?
Y que no sea una elección cada 4 años, la que determine la perspectiva económica, social y cultural de una nación. Quizá haya que apoyar con militancia, día a día las decisiones políticas del gobernante de turno o quizá escuchar más directamente la voluntad popular, sin intermediario. Solo el tiempo sabrá decir cuál es la más adecuada forma de organización social que somos capaces de alcanzar. En tanto y en cuanto el límite de las aspiraciones de los partidos políticos (si en un futuro sigue conservado esa estructura) se limiten al discernimiento intelectual del entendimiento cívico de las medidas que pretenden aplicar, entendimiento que deberá ser bien cimentada con instituciones educativas que estén a la altura de la coyuntura. Claro está que hay intereses que exceden lo político, pero los partidos que pretenden representar la soberanía popular deberían, por obligatoriedad moral, conducirse de manera pacífica en la senda de los comicios populares.

                Quizá uno de los grandes motivos que el General Perón vislumbró al negarse a armar al pueblo, cuando fue depuesto en 1955 por la autodenominada “Revolución Libertadora”, fue el derramamiento de sangre entre hermanos. Lo que lo condujo a un prolongado exilio que acabó con su carrera política. Juan Domingo Perón supo, pese a su naturaleza militar, que el camino hacia la organización social no era por la vía de la violencia , sino la lucha pacífica de una ciudadanía comprometida.

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