Argentina es un país que vive en permanente campaña electoral. Desde
el 22 de noviembre de 2015, cuando se llevara a cabo el ballotage que dio como
ganador a Mauricio Macri con el 51,34% de los votos, el país nunca dejó abandonó
su condición proselitista. En parte por la necesidad oficial de construir y
mantener legitimidad por medio de la propaganda y en parte por una historia de
decepciones políticas que desacreditan el valor de la democracia, que, por su
fragilidad y juventud, constantemente debe ser revalidada.
A poco más de un año para las próximas elecciones presidenciales de
2019, la difusión de encuestas que miden a precandidatos sin que ellos se hayan
pronunciado al respecto, ya son moneda corriente. Algunas de esas encuestas dan
como eventual ganador al mismo político que las contrata, pero otras dan como
ganador o con buenas chances a sus adversarios. Ambas operan en el mismo
sentido: sentar posición. Las positivas construyen una verdad que por lo general
se termina validando en la opinión pública, mientras que las negativas buscan
alertar a los votantes afines sobre la posibilidad de la vuelta de los que
estaban antes y que “lo echaron todo a perder”.
Las encuestas del miedo parecen ser más que la contracara de la
devaluada imagen del partido gobernante. Su difusión es acompañada por un
relato que intenta modelar la intención de voto de los indecisos ante un
escenario que aún puede ser peor de lo que es. No apelan a la razón, sino a las
emociones y a la memoria del desagrado por lo anterior. Revivir viejos
sentimientos de odio popular a antiguos gobernantes.
Todos son pasibles de medición. Desde el 9 de un equipo de fútbol de
la B que se manifestó en contra del oficialismo, hasta funcionarios de primer
rango que durante la semana descollaron por sus declaraciones de demagogia
punitiva. Y luego, sobre esas mediciones, se operará mediáticamente.
Claro es que las encuestas no tienen como objetivo el convencimiento
de los 2 tercios de votantes que ya tienen una posición política definida
(polarizados entre sí), sino al tercio restante que, dada su volatilidad e
indiferencia política, decide su voto a último momento en función de sus emociones,
percerciones y prejucios y en ultima instancia termina definiendo elecciones.
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