La primera financiarización de la
economía tiene lugar con la aplicación del modelo rentístico-financiero durante
la última dictadura cívico militar entre los años 1976 y 1983. Es dónde tiene
su origen la liberalización de la economía nacional, el destrozo del aparato
productivo y la especulación financiera que sentaron las bases de la inercia
inflacionaria y la pobreza estructural que aquejan a nuestra sociedad.
Se puede vislumbrar que el modelo
macrista se basa en 2 pilares fundamentales. Un plan económico basado en la
especulación financiera y un plan político basado en la despolitización,
directamente vinculado al primero.
El
plan económico tiene a su vez, 2 ramificaciones: el plan teórico y el plan
real. El Teórico es el que se puede anunciar libremente y se publicita de
manera abierta y desembozada en los medios afines. Consiste en sincerar las
variables económicas mediante una actualización de los precios relativos de la
economía nacional y bajar la inflación reduciendo el déficit fiscal, ya que,
desde un punto de vista ortodoxo, el causal inflacionario se explica por la
emisión monetaria que realiza el estado para financiar sus gastos. El problema
es que la contrapartida de esos gastos son principalmente jubilaciones,
pensiones, asignaciones familiares, sueldos de maestros, médicos, policías,
obra pública, etcétera.
Cómo “la emisión genera
inflación”, lo que el estado “debe hacer” es endeudarse en los mercados
internacionales, esos dólares venderlos en el mercado de cambios (eso explica
gran parte del atraso cambiario en la primera etapa del Macrismo) y ofrecer,
además, una tasa de interés real positiva (que sea más alta que la inflación)
para atraer capitales privados internos; para que no gasten provocando
inflación y externos; para fortalecer el ingreso de divisas del exterior.
Está claro que la salida del cepo
k (o el control cambiario impuesto en 2011, como quiera leerse) fue una salida
obligada más que una gentileza económica de campaña, para dar lugar a un modelo
de especulación financiera.
Las altas tasas garantizadas por las
Letras del Banco Central impulsaron
un traslado de capitales que se otrora se reinvertían en la producción real,
hacia la economía financiera, como fondos que los bancos utilizaban para dar créditos
productivos. Creando una bola de deuda que hoy supera la base monetaria
(billetes y monedas en circulación). Ese endeudamiento interno de corto plazo
(36 días) en pesos, hoy se está reconvirtiendo en otro instrumento financiero
de mediano plazo (182 días) y en dólares: Letras
del Tesoro. Muy inteligente por parte
del mejor equipo económico en cambiar la denominación de la deuda a una moneda
que argentina no produce, no controla y cada vez es más escaza.
A la vulnerabilidad que implica
estar sobre endeudados, se le suma estar sobre endeudados en dólares. Una posible
suba de la tasa de interés de la taza de los Estados Unidos provocaría una
salida masiva de fondos hacia el país del norte en busca de mayor rentabilidad
o menor riesgo.
El
real, es el que subyace en toda lógica de ajuste. La austeridad, el menor gasto
y por ende menor consumo es lo que lleva a que los comerciantes no encuentren
razonable aumentar los precios, así la inflación tendería a bajar
ineluctablemente. Por lo cual, el salario real es el que tiene que bajar. Si se
anunciara baja nominal en los sueldos sería un escándalo de proporciones, por
lo que los gobiernos ajustadores dejan que sea la mismísima inflación la que
erosione el poder adquisitivo.
Al dejar que los salarios pierdan
ante la inflación el ajuste contractivo impacta en los niveles de actividad.
Las empresas ya no necesitan tantos empleados porque venden menos y empiezan
con el recorte en sus plantillas. La masa de desocupados hace que exista mayor
gente que quiera trabajar por un sueldo menor, impactando también sobre los asalariados
que se encuentran en actividad, que no van a poder aspirar como quisieran, a
actualizaciones en sus ingresos, condicionados por un ejercito de reserva
dispuesto a trabajar mas horas, con menos derechos laborales y a un precio más
“competitivo”.
Estos menores salarios que los
empresarios pagan por el trabajo son sinónimo de mayores ganancias. Es lo que
se llama transferencia de ingresos o redistribución negativa. El plan real, es
generar un negocio dónde antes no lo había. Hacer rentables los servicios, las
tarifas y todos los aportes que el estado fijaba como salario indirecto
mediante subvenciones.
Lo
político no es ajeno de lo económico y aunque a priori inconexo, el plan de
despolitizar a la mayor parte de la población posible no hace más que dar
cabida al plan económico y sus ramificaciones. El desencanto en los políticos,
sentir que ningún político nos representa y que en la política son todos
iguales busca liberar espacios de poder para que sean las corporaciones quienes
los ocupen.
La corrupción del sistema público
sea ésta cierta o parte de un relato mediático, es la que gesta el germen de la
anti política. Al igual que ocurrió en los años 90’, el des-involucramiento
ciudadano de la cosa pública allana el camino para que sea “el mercado” el que
determine las políticas económicas.
El éxito o no de los planes de
gobierno estriba en la pasividad de estos afectados por el ajuste. Si al
gobierno le va bien, el salario real de los trabajadores se verá reducido y las
condiciones sociales empeoradas. Como dice Carlos Heller, el límite del ajuste
es dado por la capacidad de resistencia de los ajustados. La segunda
financiarización de la estructura económica argentina recién empieza y todavía
estamos a tiempo de evitar la profundización y el desplome social.
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