El mayor éxito de los medios hegemónicos nacionales
de los últimos años lo constituye la construcción de un discurso efectivo para
argumentar cuestiones ideológicas. Han conseguido que, en el relato público, se
sustituya el uso de datos para argumentar una idea, por el uso nombres propios,
que meticulosamente se han puesto como sinónimos de corrupción. Ya sean
apellidos o apodos, el mecanismo de instalar nombres propios como sinónimos de
datos ha permeado hondo en la sociedad que no acompaña las ideas de los
gobiernos anteriores.
Se dice: López, Rosadita, Lázaro Báez, Seychelles,
De Vido, etc. En vez de qué fue lo que se robó tal o cuál, dónde están esos
fondos, cuál fue su origen, quién le dio esos fondos o cuándo. Son argumentos
que simplifican una postura ideológica y que sintetizan sus argumentaciones,
por ello es fácilmente e impide ocupar espacio mental recordando cifras, fechas
o datos objetivos incontrastables.
Se esperaría que aquel discurso subyacente y
endeble, carente de sentido, se caiga con el pasar del tiempo. Sin embargo, a
fuerza de repetición y gracias a la enorme capacidad de penetración de aquellos
medios, el relato es comprado por los diletantes
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