Colegios enteros dignos de
municipios completamente anti Kirchneristas, mesas irracionales que votan toda
la lista excepto su cabeza, asimetrías de información, diferencias numéricas y
carga diferenciada para torcer la tendencia y ganar en rating televisivo
parecen explicar una operación sistemática planificada para generar un impacto
directo en la opinión pública.
Reiteradas veces se ha dicho que las Elecciones
Primarias son una “gran encuesta”. Una especie de plebiscito previo al
resultado final de las elecciones definitivas. El caso es que, como toda
encuesta, puede tener un doble propósito: Medir y marcar. Medir: el nivel de
afinidad con tal o cual partido y/o candidato y marcar: influyendo sobre el
voto los indecisos por la opinión de la mayoría.
En tiempos de obsesión por la rapidez y
tecno-filia resulta seductora la idea de un sistema de votación electrónico que
“agiliza” los tiempos del comicio. Lo pretendido “de avanzada” choca de bruces
con la posibilidad de auditar todo el proceso, lo que ineluctablemente no pasa
con el sistema “vetusto” de papel.
Luchas innumerables para generar una democracia
cada vez más directa eliminando intermediarios habrían sido en vano. Delegando
todas las facultades cívicas a una empresa privada que desarrolla un software y
otra que desarrolla un hardware para su implementación. Un derecho vital de
muchos en manos de unos pocos comerciantes electorales.
El mensaje es muy claro (y como no podía ser de
otro modo, muy parecido al argumento privatista de los noventa): “Si el sistema
que tenemos ya funciona mal; un sistema nuevo nunca puede ser peor”
No sólo renombradas voces como Natalia Zuazo en
Argentina o Brad Friedman en Estados Unidos se oponen al voto electrónico, sino
también, Estados como Alemania, Holanda y aquellos en los que frustradas
experiencias pasadas dieron cuenta de su probada ineficacia. ¿Probada
ineficacia para quién?
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