Cuando llegamos a
fin de año también llegamos a la conclusión, en muchos casos, de que el año se
pasó “volando” (si fue un buen año). Lo que no nos preguntamos es por qué sucedió
así y por qué transcurrió, a nuestro parecer, en un lapso de tiempo inferior en
comparación con años pasados. Es ahí donde la cuestión de la celeridad diaria
entra en acción, haciéndonos creer que hemos vivido por demás veloz.
¿Quién o quienes
nos apuraron y por qué lo hicieron? ¿Quién saca ventaja de que nosotros optemos
prontamente en tomar algunas decisiones en nuestras vidas?
Parece una cuestión
demasiado filosófica, pero no lo es tanto. De hecho, día a día convivimos con
anuncios que nos apuran para consumir productos que se venden como vitales. Una
necesidad nace cada día con la oportunidad publicitaria y creemos que
adquirirlos constituye una situación de vida o muerte.
Las marcas apuran
constantemente a sus compradores, ya que alguien en apuros no toma buenas decisiones
y es justamente lo que necesitan. Puesto que una buena decisión requiere de
tiempo y mesura, y por lo general, con ambas no se tomaría la decisión de
consumir efímero e irrelevante producto.`
Es una invitación
a pensar cómo incurrimos en nuestras decisiones y la ausencia de ellas, debido a
que la voluntad impuesta por la publicidad, produce una fuerte reacción en
nuestras vidas. Decidir qué hacer y en que tiempos es una libertad y un derecho
inalienable que ninguna corporación nos puede quitar.
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