El principal desafío de la próxima gestión es el de
profundizar el camino de sustentabilidad de la deuda externa para aplacar los
efectos en la inflación. La capacidad de repago actual de la deuda soberana ejerce
una presión sobre el tipo de cambio que se traslada al sistema de precios
internos
Crisis y estabilización
En abril de 1988 Argentina entra en cesación de pagos de la deuda
externa producto de la agónica negociación con el FMI y el comité de bancos
acreedores. El descongelamiento de tarifas y la desregulación de precios
impuesto por los organismos internacionales de crédito desató una espiral
inflacionaria creciente a la que se sumó al impacto interno del alza
internacional de las materias primas. La endogeneidad de la oferta monetaria
por las altas tasas de interés que se pagaban por encajes remunerados y
depósitos provocaban un efecto expansivo de la oferta monetaria generando más
inflación.
Dada la fuerte restricción externa se permitió que una serie
de productos industriales de exportación pudieran liquidar el 50 por ciento de las
divisas en el mercado libre y el otro 50 por ciento en el oficial. Mientras que
todas las importaciones excepto la de combustibles y lubricantes, pasaron a
liquidarse al mercado libre de cambios. Pero la presión cambiaria por la
dolarización de activos privados, exacerbada por el proceso electoral, dificultó
la acumulación de reservas internacionales.
A principios de febrero de 1989 el BCRA dejó de intervenir
en el mercado de divisas y a mediados de abril condujo a su total
liberalización. En suma, la sequía de 1989 que llevó a la emergencia agropecuaria
provocó que las exportaciones de productos primarios cayeran un 14 por ciento
respecto de 1988, agravando la falta de dólares. El tipo de cambio que a fines
de 1988 era de 16,41 australes y en diciembre de 1989 cerró en 1950 australes,
una devaluación del 11.783 por ciento.
La llegada anticipada de Carlos Menem en julio de 1989 como
consecuencia del estallido social y el desborde hiperinflacionario vino a
profundizar el anquilosado modelo económico de la dictadura. Una de las
discusiones estructurales por aquellos años radicaba en la necesidad de
reducir el stock de la deuda externa de manera tal que el monto de los
vencimientos de intereses y capital en dólares relajasen la necesidad de
divisas para la implementación del modelo de convertibilidad. Se había llegado
a un reconocimiento tácito de que los planes para generar un excedente en la
balanza comercial no alcanzaban para pagar la deuda, ya que no se trataba de
una crisis de liquidez sino de solvencia.
Esa reducción de la deuda se llevó a cabo de la peor forma,
entre corrupción e ineficiencia, regalando empresas públicas, cediendo activos
y concesionando recursos nacionales. Los acreedores externos pudieron
capitalizar los compromisos del Estado argentino en el marco del Plan Brady,
con beneficios que excedieron con creces las previsiones de pago normal.
La inflación actual
En los periodos de alta inflación el dólar se universaliza,
los agentes económicos se dolarizan de facto y asumen la cotización del tipo de
cambio como referencia para todas las transacciones, no sólo las de bienes
transables sino las de no transables (servicios). Esto pone mayor presión en el
proceso inflacionario ya que, por la vinculación estrechada entre los precios locales
y el dólar, cualquier mínima variación del tipo de cambio tiene una incidencia exponencial
en el mercado interno.
Cada dólar que ingresa al país se divide, en resumidas cuentas,
entre importaciones para la producción local y el pago de deuda externa. En el
año 2015 la producción industrial a precios constantes era de 125.261 millones de
pesos y la deuda externa pública sumaba 148.881
millones de dólares. Para el año 2019 la producción industrial había caído
un 13,5 por ciento, pero la deuda bruta de la administración central en moneda
extranjera había crecido en un 69 por ciento hasta los 251.419 millones de dólares.
El gobierno de Alberto Fernández no fue el gobierno que más
deuda en dólares tomó: hoy la deuda pública en moneda extranjera suma 261.145
millones de dólares, sólo un 4 por ciento más que hace 4 años atrás. En
cambio, la producción de la Industria manufacturera recuperó toda la caída del macrismo
con un nivel actual de 123.090 millones de pesos constantes, evidenciado en la
fuerte reducción del desempleo.
Sin embargo, la relación existente entre producción local y
deuda externa no es la misma que en 2015. Los dólares disponibles para la
importación de insumos indispensables para sostener el nivel de actividad son
proporcionalmente menores a los destinados al pago de los servicios de la
deuda. Esa puja por la disponibilidad de divisas eleva la cotización del
tipo de cambio, los dólares a los que accede la industria para importar
son más caros y, por tanto, lo que se produce se vende a un precio más alto.
A esto hay que sumarle el encarecimiento de las
importaciones por los cuellos de botella pre y post covid-19, el aumento de los
fletes internacionales, el encarecimiento de la energía por la guerra en
Ucrania y la sequía local que provocó una caída interanual del 38 por ciento en
la exportación de productos primarios. Todo esto implicó una menor oferta de
divisas que se vio reflejada en la suba de su cotización, de la cual el mercado
interno no pudo escapar.
Por el lado de la deuda en pesos, el diagnóstico errado de
elevar la tasa
de interés a niveles estratosféricos espiralizó la dinámica inflacionaria. Elevar
la tasa de interés no sólo no contuvo la inflación, sino que tampoco contuvo el
aumento de los dólares paralelos. Empero ha provocado un aumento en los costos
de financiamiento productivo y un fuerte aumento en los precios para equiparar
la rentabilidad de la inversión productiva frente a la inversión financiera.
Actividad industrial y restricción externa
En diciembre de 2019 el stock de la deuda externa privada
alcanzaba los 83.187 millones de dólares, de los cuales el 45,3 por ciento
correspondía a deuda comercial y 54,7 por ciento a deuda
financiera. Hoy el stock es de 87.711 pero a partir de mediados de 2022 la
relación entre la deuda comercial y la deuda financiera se invirtió: 56,8 y 43,2
por ciento respectivamente. Es decir que, mientras las importaciones aumentaron
en precio por la inflación importada y en cantidad por la reactivación local, el
sector privado financiero se desendeudó con el exterior en 7.630 millones de
dólares, pagaderos al tipo de cambio oficial.
La vertiginosa recuperación de la actividad industrial a la
salida de la Pandemia y luego de los 4 años de neoliberalismo provocó una
fuerte presión por la disponibilidad de divisas, en pugna por los compromisos
de cortísimo plazo de la deuda externa pública y privada heredada.
El error garrafal de haber financiado el gasto del tesoro
con deuda indexada en un contexto inflacionario fue una de las peores
decisiones en la política económica. Cuando el financiamiento fue cada vez más
reducido, el incentivo fue ir subiendo radicalmente la tasa de interés
endogeneizando la expansión monetaria al igual que en los ochenta y el
financiamiento del gasto público quedó supeditado a la voluntad prestable de
los agentes financieros, limitando, al igual que en década de los noventa, la
capacidad para modificar la distribución del ingreso.
Todo modelo económico parte de un discurso político que
luego se traduce en los hechos. Un discurso que permite generar la legitimidad
de ejercicio que garantiza el apoyo popular para encarar las reformas en la
estructura económica. La carencia evidente de ese discurso por la voluntad
subrepticia de querer desvincularse de modales anteriores tuvo fuertes
implicancias en la ciudadanía y consecuentemente en la fortaleza para la
implementación de aquellas reformas.
Siguen siendo necesarias la instrumentación de las reformas
y la sanción de herramientas legales que permitan recuperar los fondos de la
evasión y la elusión impositiva. La deuda externa deben pagarla los individuos
y las empresas que se beneficiaron de la compra irrestricta de moneda
extranjera entre 2016-2019. No alcanza con el superávit en la balanza comercial
para afrontar el pago de las obligaciones externas.
La baja de la inflación resulta inexpugnable sin una
reducción de la relación deuda PBI. Tanto la cesación de pagos como el pago
con ajuste del gasto y las privatizaciones de empresas públicas se han probado
fracasadas. Es necesario establecer una tercera vía que, mediante la
renegociación política y/o el cambio de titularidad de los acreedores, permita
sortear la actual crisis de deuda y brinde mayores grados de libertad a la
macroeconomía nacional.
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