Una de las banderas del modelo
nacional y popular que tuvo lugar hasta 2015 fueron las metas de inclusión
por sobre las metas de inflación de la ortodoxia económica. Una política
de estado que se repitió consecutivamente durante 3 gestiones y que posibilitó
una mejora en los niveles de equidad, por medio de mejoras salariales
superiores al nivel inflacionario. Sin embargo, se desató una puja distributiva
interminable que sólo se fue desacelerando con la implementación de algún tipo
de sintonía fina; en 2013 con el fallido programa “Mirar para Cuidar” y desde e
2014 con el exitoso “Precios Cuidados” (efectivo hasta diciembre de 2015)
Desde antes que asuma el gobierno
de Alberto Fernández se habla de un acuerdo entre los diversos actores
productivos de la sociedad, que garantice una desaceleración de la
espiralización inflacionaria. Sin embargo, la implementación de un acuerdo de
precios y salarios puede legitimar y consolidar la actual distribución
regresiva del ingreso que fue propiciada vía devaluaciones y pass throw por el
macrismo; o bien puede oficiar de ancla inflacionaria eficiente y que la
redistribución progresiva que se pretende desde el Albertismo esté asociada al
incremento marginal en la producción real, es decir sobre el volumen económico
logrado por el trabajo y/o el capital. No ya a una mera cuestión de precios. Una
meritocracia de precios y salarios.
Esto no implicaría bajo ningún
punto de vista más horas de trabajo para les trabajadores, ya que, en un
contexto de mercado interno deprimido, los incentivos adecuados permitirían
recomponer fácilmente la demanda. La actual demanda insatisfecha serviría para
propiciar una mejora redistributiva que retroalimentaría el proceso virtuoso de
la economía de un modelo económico que se propone distinto al de valorización
financiera, y con una inflación mucho menor a la que tuvimos hasta 2015.
Acotar las variaciones incrementales propias de la puja distributiva para reducir la nominalidad de la economía va a ser el gran desafío del acuerdo con todos los sectores sociales. De lograrse, la participación del trabajo en la generación del ingreso evolucionará, aunque más lentamente, indexada no a los precios, sino a los indicadores de crecimiento real.
Acotar las variaciones incrementales propias de la puja distributiva para reducir la nominalidad de la economía va a ser el gran desafío del acuerdo con todos los sectores sociales. De lograrse, la participación del trabajo en la generación del ingreso evolucionará, aunque más lentamente, indexada no a los precios, sino a los indicadores de crecimiento real.
La salida de la inflación no es
el ajuste ortodoxo sino el ajuste de una sintonía fina desbaratada por un
proceso neoliberal concentrador del ingreso y los recursos. En el segundo
trimestre de 2015 las personas más pobres se apropiaban del 1,5% de la renta y
las más ricas del 25,9%. En el segundo trimestre de 2019 las personas más
pobres se apropiaron del 1,3% de la renta y las más ricas del 30,9%. Es
necesario retrotraer los niveles de desigualdad, al menos, a los niveles en los
que la variación del PBI argentino era positiva.
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