Como consecuencia de intentar politizar
la sociedad a la fuerza, el Kirchnerismo fragmentó a la sociedad. La
polarización se produjo por intentar visibilizar dos modelos de país,
diferenciados en la práctica, pero tergiversados mediáticamente.
De un lado los que apoyaban el
modelo económico, político y social que se estaba aplicando y del otro, los que
les generaba rechazo, no el modelo en sí mismo sino sus defensores. La
alternativa no era una propuesta superadora y clara, sino el rechazo, la
ridiculización y el intento de destrucción de un modelo y sus defensores.
Pero el fenómeno de la división
ideológica no fue premeditado, sino un subproducto de la implementación de
políticas públicas que ampliaban derechos y vulneraban los privilegios de
sectores económicos concentrados. Sin embargo, su utilización sí fue pensada y
puesta en práctica por los medios hegemónicos, que se dedicaron y aún se
dedican, a editorializar con ella como punto de partida.
Jorge Lanata revivió el término
“grieta” en 2013 cuando le entregaron el Martín Fierro por mejor programa
periodístico. Lo había utilizado con anterioridad para hacer referencia a las prácticas
represoras de la dictadura. Pero el reciclado término pegó luego de su discurso
en el Martín Fierro, de la mano de un sistema hegemónico de medios que se
encargó de instalarlo en lo más profundo del subconsciente colectivo.
Cristina no inventó la grieta, pero
sí se encargó de enmendarla. Cuando el 18 de mayo de 2019 decidió dar un paso
al costado en pos de la unidad y decidió ir como vicepresidenta, logró alinear
a gran parte de las voces más representativas de la oposición al Macrismo. Una
acción que rechazaba la vanidad individual por sobre el altruismo colectivo y
dejaba expuestos a los que no se alinearan. Su
presencia en la fórmula con Alberto era garantía para asegurar el voto duro del
kirchnerismo y su menor rango, una propuesta para ampliar el espectro.
Tal vez por su responsabilidad
indiscutible a la hora de exponer dos modelos de país que despertaron simpatías
y odios, le correspondía tomar la iniciativa. Pero podía no haberlo hecho. Sin embargo,
así lo hizo. Ya que el rédito de la grieta nunca fue capitalizado por el Kirchnerismo,
el rédito de la grieta fue desde un primer momento propiedad de la hegemonía
mediática.
La crisis provocada por la
financiarización de la estructura económica impuso un acuerdo sin precedentes
para la reconstrucción y reactivación del aparato productivo. El clamor de
unidad de la calle fue determinante a la hora de establecer una vasta coalición
de poder comprometida con el cierre de una grieta que construyeron los medios y
de la que tanto rédito han sacado.
El gobierno de Mauricio Macri fue
muy eficiente para llegar al poder en 2015, gracias a una estrategia comunicacional
marketinera y presuntamente apolítica. Pero para gobernar no basta con estar al
frente en poder sino contar con la legitimidad para poder sostenerse al mando. Fue
el mero discurso, lo que le permitió a Macri ser presidente, discurso
diametralmente opuesto a las acciones ejercidas desde su gestión desde
diciembre del 2015. El oxímoron manifestado llevó al alejamiento de la mayoría
que lo erigió en el poder y convalidó el pasado 11 de agosto, una posición antitética. La yegua pasó a ser un corcel,
dejó de ser tan puta y muchos se dieron cuenta que su pasado montonero había sido un
invento de la prensa.
Cristina no inventó la grieta. La grieta fue una construcción mediática a partir de la división ideológica cierta. Pero la división ideológica existe desde que el mundo es mundo. Cristina no inventó la grieta, pero dio el puntapié inicial para cerrarla.
Cristina no inventó la grieta. La grieta fue una construcción mediática a partir de la división ideológica cierta. Pero la división ideológica existe desde que el mundo es mundo. Cristina no inventó la grieta, pero dio el puntapié inicial para cerrarla.